BLOGGER TEMPLATES AND TWITTER BACKGROUNDS »

sábado, 30 de marzo de 2013

Fanfic:NejiTen (El sol retorcido)

Este es un proyecto que también llevo tiempo sin continuarlo, es el único además, que a día de hoy escribo en el foro de fanfics de Imperio Nipon; se titula El sol retorcido y no excederá su largo de los 10-15 capítulos, los 4 primeros los tengo ya escritos, el quinto parcialmente y en la semana venidera concluiré dicha parte, junto con lo que resta del capítulo 18 del de Orilla de lágrimas. Advierto que trata el género Femdom (Dominación femenina) y por ello contendrá algunas escenas (un poco) fuertes.



Capítulo 1: Claridad

"Ni siquiera recuerdo cómo pasó. Solo que ocurrió"

Nunca fui una mala persona, al menos, no más que los demás. Ni cruel con mis padres y amigos, tampoco con los animales. Siempre fui justa, respetable, emprendedora. Jamás fui una niña que diese quebraderos de cabeza, al contrario.

Era la hija que todos querían tener, la que se esforzaba en el colegio, caía bien a la primera y con facilidad para hacer amigos. Vamos, el epítome de la buena conducta. El rasero por el que las madres regañaban a sus hijos:

“¿ves lo bien que lo hace Tenten?, ¿por qué no te esfuerzas más? ¡Qué vago tengo por hijo!”

“¡Qué notas más horribles me traes! No como Tenten…”

“Tenten no se ensucia, ¿por qué tú sí?”

“Tenten no se gasta la paga en chucherías, deberías aprender de ella….”

A día de hoy tampoco me calificaría como una persona violenta, ni siquiera me gustan las películas de acción. No suelo decir tacos ni frecuento pandillas peligrosas. Como decía, soy el epítome de la “niña buena”. Y aun así ocurrió.  Tal vez precisamente por ello, o tal vez sea algo indiscriminado que nos elige sin que tengamos ni voz ni voto, como la homosexualidad.

El caso es, que soy una sádica. Dominante y sádica sexual.





Un día cualquiera, caminando por la acera, tropecé con un pajarillo moribundo. Un coche le había atropellado un ala y en consecuencia, no podía volar. Estaba sucio, silbaba como agonizante, cojeaba y la sangre decoraba su plumaje. Aun así en sus ojos había mucha vida y me conmovió.

Recuerdo cogerlo y resguardarlo en el interior de una caja de zapatos que pocas horas antes me había comprado. Hice varios agujeros para que pudiese respirar y me lo llevé a casa.

A pesar de que mi padre es veterinario, no se lo enseñé, lo escondí en mi habitación, en la pequeña jaula que un tiempo atrás perteneció a mi hámster Pingu.

Lo lavé lo mejor que pude y vendé su pata, enderezándola a un trozo de palo de helado magnum. Pero no toqué su ala. Para cuando lo enjuagué, tenía la piel de las manos levantada, por tantos picotazos recibidos del moribundo.

Lo observé durante días, instándolo a alimentarse. A veces me hacía caso y otras no. Pero cuanto más lo miraba, más me gustaban sus ojos, sus negros, vivos y esperanzados ojos. No sé por qué.

Sobrevivió el tiempo suficiente para que su pata se curara, no así su ala. Ésta empeoraba con cada día que pasaba. Él mismo se la picoteaba, arrancándose las plumas, como las gallinas y su envidia.

Aun así, esa mirada no cambió nunca, siempre esperanzada, pero ¿esperanza por qué? ¿o de qué? Si ya no podía volar nunca más…

Y eso fue todo. Ya no trinaba, ni me picoteaba, ni comía, ni dormía. Ya no vivía, aunque estaba vivo. Y fue justo cuando agonizó, cuando expiró su último aliento, que su mirada se iluminó más que nunca. Fue maravilloso.

Entonces lo entendí, el ave esperaba que lo matase, esperaba que fuese cruel, desde el primer instante en que me vio, albergaba la esperanza de que no pasase de largo, porque su más preciado deseo, era morir. Lo había perdido todo y ya solo quería morir. Después de ser un ángel, no quería ser un perro.

Sentí un desmesurado placer al ver el gozo de aquel animalillo vulnerado, mancillado, a un paso del más allá. Y me dije: Tenten, a esto se reduce la vida. El gato que se convierte en ratón. El que todo lo tuvo, no tiene nada ya, se lo comieron. ¿Será su última sensación lo que recuerde eternamente? ¿Ese placer extraño del deseo cumplido?

Yo había formado parte de aquello. Qué maravilloso.

Mi curiosidad creció y fue en aumento con el tiempo. Porque llegué a un punto en el que no me fue suficiente con dominar la situación, con ver y orquestar sus piezas. Quería estar allí, en ese otro lado, para ver sus consecuencias.

De hecho, si hubiera podido, hubiese acompañado al pájaro hasta su otra vida. Solo para constatar si todas mis suposiciones eran ciertas. Solo para vislumbrar eternamente esos ojos negros de mirada esperanzada, viva, asustada, eterna en mis recuerdos.

No negaré que esa experiencia me marcó.  ¿Pero fue ello, lo que desencadenó, por así decirlo, mi “yo sádico”? ¿O fue esa experiencia, la que me mostró que ya lo tenía?

Como dije desde un principio, ni siquiera recuerdo cómo pasó. Solo que ocurrió.

Capítulo 2: Destello

Cuando me sentí preparada para explorar mi sexualidad, empecé a mirar en todas direcciones, a mi alrededor y pisando fronteras.

Mi curiosidad innata me llevó a querer explorarlo todo, pero no de carrerilla. Tenía don de gentes, aura de líder (al menos en el ámbito laboral), y poco tardé en descubrir que mi tendencia en tomar el mando, se aplicaba también a otros horizontes.

Bueno, en horizontal, en vertical, de pie, de espaldas, en diagonal, lo que hiciera falta.

Le encontré un gusto morboso a la suerte de mirar los ojos de mis amantes justo un instante antes de que se corrieran. Había luz allí, destellos de una satisfacción hecha carne que me hipnotizaba, me calentaba por dentro y solo así podía alcanzar el orgasmo.

Desde luego, un psiquiatra se cebaría conmigo, tú mismo puede que me califiques como loca, pero yo no me siento así, aunque tuve mis épocas.

No sé cómo me estarás imaginando, pero nunca he vestido de cuero, en plan dominatriz, para inspirar respeto. Siempre impongo, tanto a hombres como a mujeres, y no es por cuestión de altura precisamente.

Soy de rasgos más guapos que atractivos, de tez clara y ojos y cabello castaño. Gozo una buena talla de pecho, aunque mis caderas, finas, no rotundas, me suelen quitar puntos con los hombres. Mi culo es prácticamente inexistente, pero al menos no tengo estrías o celulitis, y lo poco que poseo es más respingón que achatado. Lo cual, disimula todo lo anterior.

No me gusta usar maquillaje, a excepción del pintalabios. Que tiene que ser en tonos fuertes: marrón oscuro, rojo sangre, granates, dorados… Hubo un tiempo en el que no podía salir de casa sin él, o me sentía desnuda. Ahora me gusta más llevar un par en el bolso y pintorrear los labios de mis amantes con ellos.

A veces, cuando los ato y están arrodillados ante mí y les cruzo la cara con el dorso de mi mano, cuando el pintalabios se ha corrido y emborrona la mejilla, cuando me miran desamparados, airados, avergonzados, esperanzados…me invade una ternura inhumana, es apenas soportable, es…un sentimiento maravilloso, indescriptible. Es lo que me hace reincidente.

También, cuando me paso de la raya, bien porque he tenido un día  particularmente malo, bien porque no me doy cuenta; cuando estoy a solas, en mi casa, lloro.

En ocasiones, el andar de la cama al lavabo me hace repudiarme a cada paso. Llegaba al espejo y rompía a reír a carcajadas, insultándome.

Los que me eran particularmente cercanos podían notar en mi voz que las cosas no marchaban bien, pero cómo decirles: No te preocupes, es solo que un esclavo rubio y guapísimo me ha dejado torturarlo. Me desquito a conciencia hasta molerlo a palos, y si me suplica por más, con gusto lo destrozo. Y todo eso antes, durante o después de una buena follada. En fin, la paliza que le propiné no consiguió robarme las ganas de seguir disfrutando de mis salidas secretas, pero sí que tengo más cuidado en elegir a los hombres con los que me acuesto. Nada de rubios para mí, los dos últimos con los que me lié se mearon encima antes siquiera de tocarles. Literalmente.

Si se es mujer, dominante y encima sádica; las probabilidades de encontrar una pareja al que le fuese ese royo era del 4%. Aunque podía ser peor, podría haber sido una mujer dominante, sádica y lesbiana.

Y con una estadística tan pobre me vi obligada a buscar experiencias en lugares que avergonzarían a un demonio.

Uno de ellos, y el que más frecuento, es el llamado Minimal. La primera vez que puse un pie allí estaba aterrada, y el austero decorado exterior no hacía mucho por motivarme. Solo el miedo corroía mis entrañas, me sentía como si por mis arterias anduviesen pequeñas cuchillas destrozándome por dentro los nervios. Me sentía mercurio, sentía mis venas mercurio, pesado, derretido, sembrado de chinchetas. Y aun así con interés por todo lo oculto a la vista.

Una vez dentro me invadió una serenidad sobrecogedora, era como verme desde fuera, mi cuerpo ya no era mi cuerpo, sino el de alguien más. Alguien que se movía con gracia y tranquilidad innata.

Recuerdo que la mayoría de los presentes en el hall dejaron de hablar y de entretenerse, posando sus miradas en mí, evaluándome. Era carne fresca, nueva.

Me sorprendió que la única mujer en aquel salón vistiera un bodi negro lleno de hebillas, estuviera descalza y llevase puesta una correa de perro. Más que chocante, fue la impresión, la vibración que transmitía de seguridad en sí misma. Estaba sola, rodeada de hombres fornidos y si le ocurría algo nadie podría oírla gritar. Nadie la rescataría allí dentro. Tampoco a ella. ¡Ay Dios mío!

La mujer me vio, y justo cuando pensé en dar media vuelta, me empujó hacia el mostrador e hizo sonar una campanilla, tal cual se tratase de un hotel.

Debió de percibir mi desasosiego, porque sonrió y luego se colocó un mechón rosa tras la oreja. Al principio creí que llevaba puesta una peluca, pero al estar tan cerca, descubrí que era un tiente. Uno en llamativo y eléctrico rosa.

Le di mis datos, me hice socia (antes de cambiar de idea) y me acompañó en un recorrido por la instalación. La mayoría de los hombretones de antes dejaron de mirarme al saber mi tendencia sexual, otros muchos no. Al fin y al cabo, por eso estaban allí, ¿no?

Y cualquier duda que hubiese podido albergar quedó mitigada ante la imagen que encontré en uno de los umbrales.

Más tarde descubrí que a aquel cuarto lo llamaban “La belleza del amor”. Y entendía perfectamente por qué.

Capítulo 3: Luz

La vi: era una muchacha japonesa.

Colgaba flácida a un palmo del suelo, partes de su cuerpo se retorcían sin orden concreto, los brazos se extendían doblados hacia atras, el único hilo que la estabilizaba era la cuerda anudada que sobresalía de un gancho del techo.

Si al pasar el aire no hubiese transmitido el mensaje de su pasión, me hubiese quedado estrepitosamente claro al fijar la vista en sus muslos, ya que de entre ellos se escabullía cuesta abajo su feminidad.

Pero el rostro, eso fue lo que me cautivó. Rostro arrasado por un éxtasis nunca visto. Un rostro lleno de contento. Una dicha poderosa, precaria, peligrosa, dolorosamente alcanzada, empapada de conocimiento, consciente de su efímera grandeza; como debe ser la dicha.

Un hombre obeso, que debía de rondar los 50 años cuanto menos, de brazos fuertes y manos grandes, descalzo y con coletita (como si fuese un samurái o un luchador de sumo); estaba enfundado en un kimono pardo junto a la joven que colgaba del techo. Sin duda se trataba del maestro. Y su rostro exudaba orgullo, placer y una contenida devoción. Sostenía una fusta.

A su derecha, un grupo de hombres maduros, de aspecto respetable, luciendo elegantes quimonos, también descalzos, admiraban la obra. Maravilloso…”La belleza del amor”, era perfecto.

Y pensé: yo podría ser él, yo podría convertirme en una experta del bondage. Podría llevar mis relaciones sadomasoquistas un paso más allá, podría crear arte. Ser la responsable de las increíbles sensaciones que parecían invadir a la joven asiática. Y saber que todo era por mí, y gracias a mí.

Me picaban las manos. Deseaba con una impronta desbordada el hacerme con aquella vara, quería fustigar el trasero de aquella joven que no debía ser mucho mayor que yo. Quería verla gemir, que me necesitase. Quería observar sus ojos el instante previo a su orgasmo. Quería que fuese mi pájaro, mi cautivo gorrión, pero uno al que pudiese acompañar después hasta el otro lado. Una cerca de placer, sentimiento, éxtasis y VIDA.

Belleza del amor colgada del techo a modo de decoración. Pieza escultórica viva.

Bondage: antigua forma de tortura convertida en arte erótico.







Hoy es jueves,  lo que significa que veré a mi Dómina. Se hace llamar Tenten, no sé siquiera si ese es su nombre real. La mayoría prefieren elegir un sobrenombre ficticio. Un día conocí a un tipo que se registró con el Nick de Terminator.  Con eso lo digo todo.

Yo por el contrario, decidí emplear mi nombre auténtico: Neji.

El Minimal es el primer establecimiento BDSM al que voy. Y Tenten la única Dómina que he conocido.
Si no acudo a otra no es por sentimentalismo, lo hago por afinidad. Me da lo que busco y ansío, conoce mi cuerpo como el suyo propio. Tal vez mejor. Los interludios, las sesiones con ella son agotadoras, electrizantes, me liberan. No puedo pensar. No tengo nada en o por lo que pensar. Solo siento.

Sé que a muchos de los “sometidos” les ocurre lo mismo. O bien tienen una preferida o bien una favorita fija, como es mi caso.

Ya antes de entrar en Minimal había tenido mis escarceos sexuales, pero ninguna de las mujeres que he conocido pudo colmar mis necesidades. Por eso vine aquí, y por eso aún no me he marchado.

Antes de Tenten, ni siquiera veía el sexo como un placer,  solo como un desahogo a un calentón.  Los preliminares me aburrían, viéndolos como pasos necesarios para satisfacer a la mujer. De hecho, y aunque me cuesta reconocer, he fingido un par de orgasmos; bien disimulados desde luego.

Después de Tenten, gloria. Ella es pura y dura. Maneja muy bien todo tipo de armas, lo que me enciende. Es lista y muy imaginativa. Y aunque yo no hable mucho, ella parece saber siempre y exactamente lo que necesito.

Los jueves era el único día que Tenten podía venir al Minimal, y aunque nunca hablábamos de trabajo o hacíamos intrusiones en la vida personal del otro, sabía que era por prohibiciones de su horario. Al parecer, Tenten ostentaba algún tipo de cargo de poder y no podía librar más de un día por semana.
Aun así, el mes que hacía que la conocía me sabía a cielo. Y hoy estaría entre las nubes.

La habitación escogida estaba pintada en blanco neutro. No había mobiliario. Solo un par de tubos fluorescentes colgados del techo para iluminar la estancia, y una alfombra negra con las esquinas imitando el estampado de cebra. En el lado opuesto un perchero, también en negro, y una hebilla de latón sobresaliendo del techo. La llamaban la estancia de “cuerdas crisálidas”. Y aunque nunca la había probado, estaba seguro de que haría honor a su nombre.


Capítulo 4: Reflejos

Siempre me deja instrucciones escritas. Algunas veces justo antes de irse, otras, solitarias en el habitáculo escogido. Hoy no era distinto.

Me dirigí hacia el sobre gris pulcramente colocado en el centro del cuarto, sobre la negra alfombra de piel de oso. La abrí. La caligráfica letra de Tenten se presentaba limpia, ordenada, sin tachaduras ni borrones, rayando lo meticuloso.

No tenía ni idea de lo que esta vez me podría ordenar. En una ocasión me obligó a llevar (durante toda la semana) su ropa interior femenina. Aquella petición era algo que podía realizar, a fin de cuentas nadie más con excepción de ella y yo sabíamos que la llevaba puesta.

Cada día me enviaba las que había utilizado la noche anterior, resultó ser una experiencia excitante: entre el peligro de ser pillado, el saber que me acompañaba algo suyo y el conocimiento del lugar al que había pertenecido; junto con todos los recuerdos de días previos en el Minimal, consiguieron que me empalmase más veces en esa semana que en toda mi vida.

En otra ocasión, en la sala “Tenedor”, me ató a una silla, con una mano en cada brazo del asiento. Cuerdas rojas formando nudos de serpiente a lo largo de mis brazos y hombros, mordiendo mi piel. Ella colocó frente a mí una pequeña mesa de cocina, manteniéndose de pie en la orilla opuesta. De su bolso de Chanel extrajo un fuet. El extraño paralelismo estimuló mi risa. Ella no sonrió.

Dispuso varios instrumentos de cortar sobre la encimera, con el fuet en vertical mirando hacia mí. Tenten sujetó el enorme machete de acero inoxidable que cayó con sentencia perpetua sobre el fiambre. Lo troceó hasta hacerlo picadillo.

Yo me excité, no obviando la comparación del fuet con mi pene, y lo que ella me podría hacer, pues, por mucho que gritase, en esa cueva de dolor y pecado, nadie vendría a salvarme. Podría castrarme, torturarme, mutilarme,…,y a nadie le importaría una mierda.

Ese era el mensaje que ella me quería transmitir, y no le gustó que a la primera insinuación me lo tomase a broma. Con aquella demostración posterior me decía: Esto no es un juego. Conmigo no es un juego. Ve enterándote, chaval.

Después la vi sacar un tenedor del bolso, la observé mientras ella engullía, masticaba, tragaba…cada trocito. No apartó su vista de mí y eso me excitó, ¡joder si no!

Tenten era un Dómina muy peculiar, y original, pero eso ya lo había dicho, ¿no?

Nunca lo hacíamos con la luz apagada o en cuartos de pintura que fuesen excesivamente oscuros. Le gustaba la luz, los colores, lo brillante.

Releí de nuevo el contenido de la nota, la devolví al sobre y me dispuse a acatar, una vez más, sus órdenes.







La picada de la luz irritó mis ojos un instante antes de entrar en el Minimal. No me paré a charlar con nadie y nadie se paró a hablar conmigo.

Sería hipócrita pretender interés por los asuntos ajenos. El egoísmo era la ley, la norma básica de aquel lugar. Si alguien se me acercaba sería para ofrecerme sus…servicios; o con la intención de que yo le ofreciese los míos.

Mujeres dominantes había bastantes, pero que encima fuesen sádicas, no tantas. La novedad, las ganas de probar las cosas nuevas, aunque fuese tan solo una vez, atraía a los rezagados como polillas a la luz.
Ya había perdido la cuenta de todas las ofertas, masculinas y también femeninas, que me insinuaron los allí presentes. Me gustaba aprenderlo todo, estudiarlo, investigarlo y si mi compañero de cama fuese cambiando más deprisa que yo de bragas, perdería toda lógica, y ganas. No podría trazar patrones ni planes, y me aburriría.

La gracia se encontraba precisamente en el factor sorpresa, en el estímulo. Cada vez que averiguaba algo nuevo que le diese placer, sus fantasías, sus miedos,…. ¡ese era el momento cumbre!, el más excitante después del orgasmo, por supuesto. ¡Pero que delicia! Por eso no reemplazaba a Neji, en ese sentido, lo necesitaba tanto como él a mí, puede que más. El tiempo lo diría.


Me lo encontré tal y como dejé constancia. Desnudo, abierto en forma de X sobre la alfombra, con mi carta ocultando su polla (o al menos intentándolo). No estaba atado. Todavía. Y su cabello azabache, lustroso y brillante aun sobre un fondo negro, estaba suelto, formando un abanico de finas hebras. Tenía los ojos cerrados, tal y como le indiqué que hiciera, era un toro tranquilo reposando. Su nerviosismo solo quedaba patente ante el tembleque traicionero de sus párpados. Párpados que culminaban en espesas y hermosas pestañas negras.

A medida que me fui acercando, con el eco de mis tacones contra las baldosas, su respiración fue en aumento, a la par que las contracciones de su estómago.

La orilla de mi vestido de gala, rematado en flecos de plumas, le rozó un tobillo. Él curvó los dedos de los pies. Yo sonreí.

La insolencia de su cuerpo me cautivó. Emitía un aura poco común. Era como si me hablase y dijese: ¿No tienes curiosidad, Tenten? Puedes corromperme….vamos… ¿por qué no? ¿Por qué no?

Deslicé la punta del zapato por el interior de sus muslos, aumentando la presión cuanto más cerca estaba de la meta. Su erección desplazó la carta hacia su abdomen, la seguí con la mirada y después la pisoteé.
Neji abrió la boca, lanzando un alarido silencioso. Su polla llorando, goteando perlas de gusto y de desconsuelo. Rocé con el tacón de aguja la punta roma de su pene, fui sutil, pero la amenaza estaba implícita: pórtate mal y lo lamentarás.

Le hice darse la vuelta, manteniendo la forma de X. Alcé sus caderas con mis manos, obligándolo a permanecer en esa posición. Después me erguí y perforé el ano con el tacón.
Antes de la sesión le advertí que se lo lubricase, no me había hecho caso y ahora estaba sufriendo. Que se joda, así aprendería…

No fui fina, ni dulce, lo follé con mis zapatos nuevos. Primero uno, después el otro. No había mejor forma de estrenarlos.

En algún punto del camino Neji comenzó a gemir y a mover las caderas para encontrarse con mis envestidas. Cada vez que eso sucedía, le golpeaba el trasero con el cinturón de sus propios vaqueros, olvidados y escondidos bajo algún punto de la alfombra.

Cuando estaba a punto de alcanzar el clímax, retiré mi zapato, negándole la satisfacción. Los verdugones, que pasaban del rojo al ciruela más profundo, decoraban su bello culo. No cabía duda de que no podría sentarse durante días.

Me arrodillé tras él, acaricié su esfínter con la punta de mis dedos, solo un sutil roce con la yema, Neji jadeó. Me incliné y le besé su ojo oscuro, ascendiendo después, y muy lentamente, a lo largo de la espalda.
Volví a las mejillas de sus glúteos, pellizcándoselos, manoseándolos, besándolos…Le ordené que subiese más las caderas, e inclinando la cabeza, lamí su polla desde la punta hasta la base, sorbiendo sus pelotas como si fuesen un helado, y no cesé hasta que se corrió. Solo entonces le permití gritar, girando su rostro hacia el mío, permitiéndole abrir los ojos, para poder ver la luz de la pasión. El reflejo de la satisfacción. Y cuando más tarde yo misma me corriese, estaría esperándolo en el otro lado, ese lugar que me era prohibido.

Pero hasta entonces quería jugar un poco más con su cuerpo, dañarlo más salvajemente. Y la noche aún es joven.

Continuará.....

martes, 19 de marzo de 2013

NejiTen: Orilla de lágrimas (un extracto del capítulo 18)



Capítulo 18: Allá donde estés


-¿A dónde ha ido? –preguntó mirando los bellos ojos de Tintin, que era quien le daba la noticia.
La princesa tardó un momento en contestar, cruzó el pasillo esperando que él la siguiera; hasta dar con un sillón granate, junto al ventanal con vistas al jardín. Ella se sentó, él estaba demasiado exaltado para hacerlo.
Mientras la veía tomar un sorbo del té que reposaba en la pequeña mesa situada entre los dos, Tintin ladeó la cabeza en un gesto de consideración mientras lo analizaba. Ese gesto debía de venir de familia, pensó Neji, al recordar la forma en que su mujer lo repasaba con la mirada durante el momento previo a una discusión. Habría sonreído de no estar tan intranquilo.

-Antes de que me decida a contestarte me gustaría preguntarte algo. –aclaró ella.

-¿Si?

-Si Tenten se niega a volver contigo, ¿realmente pretendes pedirle al Consejo que la obligue a volver?
-Princesa, a veces creo que ni siquiera el Consejo de ancianos podría conseguir que mi mujer hiciera algo que no quiere hacer-dijo con ironía.

Tintin no parecía satisfecha. En cambio, continuó mirándolo como a un bicho raro. Él aspiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud, tratando de pensar cómo contestarle, cuando no sabía cuál era la respuesta. Finalmente dio a Tintin la contestación más honesta y directa que pudo.

-Me niego a aceptar la posibilidad de que ella no vuelva conmigo, me niego rotundamente.

-y ¿durante cuánto  tiempo más piensas seguir negándote?

Él apretó la mandíbula y afirmó:

-Hasta que ella también lo vea así y descarte esa opción.

-Esos es mucho tiempo –cogió la cucharilla de plata de la taza y la introdujo en el azucarero.

-Sí. –concluyó, con los labios apretados. No podía discutirle el punto.

-El amor no es la base de tu determinación para conseguir a Tenten.

¿Acaso era una acusación, una condena? Antes de que pudiera decidirlo, ella bebió otro sorbo de té y dijo:
-Tenten está en Sharo.

La repentina capitulación lo sorprendió y, aunque no intentó demostrarlo, ella lo notó.

-No lo esperabas, ¿no?

-No, princesa, no lo esperaba.


Sharo era el lugar de descanso predilecto de su esposa. No estaba muy lejos del país de la Nieve, pero tampoco precisamente a la vuelta de la esquina. Cuando salían juntos, después de semanas en las que Tenten se esforzaba particularmente con los asuntos de estado, después de largos periodos  de encierro en un despacho o simplemente porque necesitaba un respiro, se “escaqueaba” a Sharo.

La pequeña aldea se situaba junto al afluente de un río que proporcionaba el 40% del agua potable de la villa contigua. Eran pocas las veces que lo había visitado, y siempre por insistencia de Tenten.

Allí, los días parecían durar más…al igual que las noches. Los cipreses acaparaban cada campo en quilómetros en la redonda; y al anochecer, una variedad muy particular  de jazmín florecía. La misma esencia que le encantaba utilizar a su mujer.

 Verdaderamente, Sharo, era  un humilde paraíso. Y probablemente el único lugar en el mundo en el que los sueños, al menos los suyos, se hicieron realidad…aún si fueron por poco tiempo. Si fuese a morir mañana, Sharo sería la clase de lugar en el que me gustaría tomar el descanso eterno.

No era de extrañar que Tenten se escaquease allí siempre que podía. Pero lo era el que se marchase precisamente ahora.

**********```````````````*************``````````