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sábado, 22 de junio de 2013

N-T: orilla de lágrimas

Capítulo 16: Lluvia

La idea de amistad no era lo que Neji tenía en mente mientras vagaba sin rumbo fijo. Pensaba en el amor. ¿Qué era el amor? Los poetas escribían sobre ello, todo el mundo se enamoraba constantemente, hablaban de ello o sufrían por ello, pero ¿qué era en realidad?

Pensaba en Sasuke. De todos los hombres de este mundo, habría señalado al Uchiha como el único que jamás se casaría y, sin embargo, lo había hecho. Neji no podía averiguar qué tenía Sakura para que el caradura más famoso de Konoha se enamorara de ella de esa manera. Era una mujer bella, sin duda, y amable, pero Sasuke estaba loco por ella, tan loco de amor que su intensidad llegaba a asustar.

Hacia el final del sendero había una curva, Neji comenzó a tomarla pero, de pronto, se detuvo en seco, echó la vista atrás y miró hacia el cielo. La noche era fría y el contacto del aire con su piel le sentaba bien. Siempre podría volver a la Academia si empezaba a llover, había recorrido un largo trecho…

Había varios tipos de amor, suponía. El pensamiento de su prima Hinata le trajo recuerdos de su niñez, vagos recuerdos de sus abrazos y sus risas y el terrible vacío que quedó en su interior cuando ella murió; al igual que el de su tío, quien fue como un padre para él. Había pasado mucho tiempo sin pensar en ellos porque, cuando lo hacía, le dolía como una herida abierta.

Pensó en Shino y Lee, amigos por los que siempre se había preocupado, y que siempre se habían preocupado por él, amigos cuyo afecto y confianza estaban fuera de toda duda.

Pensó en la primera amante que había tenido, Reiko, mejor amiga de la infancia de Hinata y niñera eventual de su otra prima más menor Hanabi (ahora el único pariente vivo que le quedaba), y en cómo cuando Reiko se casó con “un vendedor” en vez de con él, estuvo siete días bebiendo, varios meses deambulando por ahí, y consiguió terminar con aquello. Si hubiera sido amor real, amor verdadero, ¿se habría recuperado tan fácilmente de ese modo? Seguramente no.

Enfrente de él, tras la curva, el sendero desembocaba en un amplio parque, y esa visión lo sacó de su ensimismamiento. Hizo un alto y se dio cuenta de que se había equivocado de camino. Debería haber girado al este, pero había ido hacia el oeste, y ahora contemplaba las imponentes puertas de hierro que rodeaban la vivienda de su mujer.

¡Maldita sea!, ¿es que todavía no había tenido suficiente? Si le quedaba algo de inteligencia, debía irse de inmediato, irse lejos, encontrar a una mujer que lo acogiera en su cama.

Pero, en vez de dar media vuelta, Neji se aventuró hacia el parque, hasta que se encontró ante las puertas del caserío. Se agarró a los barrotes, contemplando, a través de la verja de hierro forjado, el lugar donde su mujer había estado jugando con un bebé hacía justo unas pocas horas.

Pensó en sus padres, que nunca habían sentido amor el uno por el otro, y la ironía de que su matrimonio se hubiera truncado no se le escapaba. La frialdad que su madre y su padre se demostraban el uno al otro era algo que recordaba desde su infancia con claridad meridiana, y a pesar de sus esfuerzos, había conseguido que su matrimonio fuera el mismo simulacro falto de amor que el suyo.

Comenzó a llover, una ligera llovizna que manchó su abrigo y mojó su camisa. Ahora, el aire era frío y sabía que era estúpido quedarse allí. Debía regresar antes de que la llovizna se convirtiera en un aguacero y acabara empapado.

Dio media vuelta, pero en vez de marcharse, se recostó en la verja de hierro y miró a la sala iluminada de la casa de los Uzumaki. El fulgor de una cabellera brilló en la ventana. Era el cabello deTenten.

Pensó en la joven que era ocho años atrás, la joven abierta, vulnerable y apasionada que lo adoraba de una manera que ella definía como amor. Él se había preguntado entonces y se preguntaba ahora cómo podía alguien enamorarse en una sola noche, después de dos bailes y un poco de conversación, sin conocer a la otra persona. Eso no podía ser amor porque no era real. No lo había creído entonces y no lo creía ahora.

Sabía desde el principio que tenía poder sobre ella, pero hasta ese día no lo había entendido. En contra de los deseos de su hermano, sabiendo que era un bala perdida, ella se había casado apenas unos meses después de haberlo conocido, cuando ninguna mujer sensata lo habría hecho nunca. Porque ella lo amaba.

Neji se pasó la mano por el pelo mojado y se secó la lluvia del rostro. ¿Qué tenía el amor para lograr que las personas perdieran el sentido común?

Permaneció de pie, en el parque, durante largo tiempo, bajo la llovizna y la niebla, contemplando las ventanas de la casa de Tenten y sin encontrar respuestas a sus interrogantes.

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La princesa y sus favoritísimas zapatillas de felpa con forma de conejo estaban ante la recién encendida chimenea de su estudio. Un pequeño banquillo color pardo y almidonado servía a la trascendental tarea de felpudo real, es decir, que los pequeños pies de Tenten estaban como querían en esa superficie de terciopelo. El ambiente en la habitación al fin había dejado de ser frío y húmedo, regalando a su olfato un agradable bálsamo al papel de pergamino o de cuero y tinta.

Nadie se encontraba en la casa a esas hora de la noche, Naruto, Tintin y Kinto habían acudido a ver al “señor del castillo” (papá), para presentar sus respetos ahora que habían convenido en dejarse caer por al villa de la nieve. Lila después de la charla pro defensa de Neji se había escabullido del salón y no la había vuelto a ver más, suponía que se habría retirado a sus aposentos…quizás hasta tuviese una cita secreta con el Kazekage…de ella…quien sabe…

Tenten se desperezó en el sillón, acurrucando los hombros contra los negros cojines de plumas con la idea de leer hasta quedarse dormida. Pero no parecía que el sueño fuera a dominarla. El vapor de su té ni siquiera se había condensado, y tan sólo iba por la segunda página de la novela de EvaRS cuando una voz la interrumpió.

-Hola, Tenten.

Sorprendida, miró a Neji, que estaba en el umbral de la puerta, soltó el libro cerrado y dio un respingo.

-¿Qué haces aquí?

-Entrando en calor y secándome -dijo apoyando un hombro en el umbral, mientras ella lo contemplaba, dándose cuenta de que estaba hecho un desastre.

Todavía estaba vestido con la ropa de salir de la mañana, iba despeinado y empapado por la llovizna. Su pelo se había rizado en las puntas como siempre lo hacía cuando el tiempo era húmedo, y su camisa estaba empapada. No quería pensar en él en lo absoluto, pero ahora, en el momento en que había bajado la guardia, ahí estaba. Ella sabía que debía decirle que se fuera pero, sin embargo, se quedó allí, mirándolo, recordando como se rizaba su cabello tras una ducha.

Puede que él hubiera ido a entrar en calor, pero era ella quien estaba empezando a acalorarse, y no tenía nada que ver con el fuego de la chimenea. Se apartó un mechón de pelo que se había escapado para tapar sus ojos, el pantalón de franela y estrellitas así como una vieja camisa ancha y sin color completaban su look, curvó los dedos de los pies en el interior de las zapatillas con conejitos, perfectamente consciente de su aspecto desarreglado.

-Yumi tendría que haberme anunciado tu llegada.

-No la tomes con Yumi, es una sirviente excelente; intentó decirme que no estabas en casa, pero supe que no era verdad y, puesto que tu hermano no está aquí para impedirlo, la aparté a un lado y subí la escalera. Fue feo por mi parte, pero aquí estoy.

-¿Cómo supiste que estaba en casa?

-Porque he estado en el parque las últimas dos horas, y te vi en el estudio, justo cuando se estaba haciendo de noche, antes de que las criadas corrieran las cortinas.

-¡Dos horas! -Tenten lo miró, asombrada- ¿En el parque?, ¿con este tiempo? ¿Para qué?

-¿Acaso no lo adivinas? -la miró fijamente desde la puerta mientras se acercaba, deteniéndose a cierta distancia de donde se hallaba ella- Intentaba serenarme para poder venir y decirte <>.

Él quería arreglarlo, ella sabía lo que eso significaba pero, antes de que pudiera decir algo, lo hizo él.

-Cuando nos peleábamos, decías que no confiabas en mí, y tenías toda la razón. Yo sólo… -respiró profundamente, dejando salir el aire con lentitud, como intentando pensar en lo próximo que iba a decir- Tan sólo quería verte.

-¿Para eso has venido?

-Sí -y sonrió levemente- Sé que es una tontería después de haber pasado dos horas bajo la lluvia pensando en ello, pero empezaba a tener frío.

El calor comenzó a extenderse por todo su cuerpo como la miel caliente, y trató de recordar que tan sólo eran palabras. Él era capaz de decir cualquier cosa y conseguir que pareciera una verdad divina, ¡cómo lo había creído alguna vez! Sin embargo, quería creerlo, realmente quería hacerlo.

Los segundos pasaban lentamente, el reloj dio las diez y media.

-Me voy -dijo, y dio media vuelta- veo que quieres irte pronto a la cama.

-No tienes por qué irte.

¡Qué estaba diciendo! Pero las palabras ya habían salido de su boca y no podía volver atrás, por lo que intentó matizarlas.

-Quiero decir… deberías entrar en calor primero. Si no, puedes coger frío… y eso… eso no estaría bien. -su voz se ahogó.

Neji se volvió.

-¿Quieres que me quede?

Ella miró al suelo, consciente de lo que hacía.

-Sí -“que Dios me ayude”, pensó y, al alzar la mirada, lo vio sonreír- pero sólo un rato -dijo, enmendándolo de nuevo.

Su sonrisa fue aún más amplia, ¡qué miserable!
Se sentó en el canapé.

-Creo que deberíamos hablar de algunas cosas.






“Tenemos que hablar” esa frase bastó para que la sonrisa de su marido se desvaneciera. Lo vio suspirar y alzar su mirada al techo.

-Dios mío, ayúdame. Primero de pie bajo la lluvia, y después tenemos cosas de que hablar –suspiró de nuevo y se quitó el abrigo mojado- Supongo que no serán cosas fáciles, como la política de la villa, por ejemplo, o cómo acabar con la pobreza en el mundo, o cuáles serían las consecuencias de bloquear las leyes del tratado con la Niebla.

Cómo podía manejar la situación, él siempre encontraba una forma de hacerla sonreír. Se sentó erguida en el sillón y Neji, después de colgar su abrigo en el respaldo de una silla, junto al fuego, se sentó a su lado.

-¿De qué quieres que hablemos? -preguntó.

Ella meditó un momento.

-No lo sé todavía -dijo con una risita que sonaba tan nerviosa como realmente se sentía- cada vez que nos sentamos o hablamos, siempre pienso lo mismo, tengo tantas cosas que decir, pero ahora me encuentro un poco perdida.

-Solíamos hablar de muchas cosas.

-Y discutir.

-Cierto -dijo dirigiéndole una mirada penetrante- eso no ha cambiado, supongo que ya te habrás dado cuenta.

-Sí, lo he notado -hizo una pausa y añadió- Hemos estado casados durante casi 8 años y, en realidad, no te conozco, Neji. De alguna forma, no te entiendo, y no creo que alguna vez lo haya hecho. Durante nuestro noviazgo, en los primeros días de matrimonio, siempre me abrí a ti. Te conté muchas cosas de mí, de mi familia y de lo que me gustaba y pensaba. Pero, cuando te preguntaba sobre ti, cómo fue tu infancia o cómo te sentías, o, no sé, cualquier cosa personal, siempre hacías algún chiste o cambiabas de tema.

-¿Y?

-Puede que seas mi marido, pero eres un extraño para mí. Me siento como si debiera ponerle remedio, pero no sé cómo. Si te pregunto algo, ¿me lo contarás?

-¿Sobre mi infancia? Fue una pesadilla y, créeme, ya te he contado suficiente, no quiero oír más y ciertamente no soporto hablar de ello. En cualquier caso, ¿no deberíamos hablar de nosotros?

-¿Si te pregunto algo sobre nosotros y no deseas hablar de ello, cambiarás de tema?

Mantuvo silencio por un momento y luego dijo:

-No, no lo haré. Pregunta lo que quieras, dispara -se recostó en el sofá y volvió la cabeza para mirarla- Pero, prepárate, no puedo asegurarte que te gusten mis respuestas, aunque serán honestas. ¿Es justo?

Al tener exactamente lo que quería, Tenten meditó un momento, preguntándose hasta dónde podría llegar con sus preguntas. Él le había dicho que podía preguntar cualquier cosa, así que iba a aprovechar la oportunidad.

-¿Has amado a alguna de tus amantes? ¿A alguna de ellas? ¿Me has amado alguna vez, Neji?

Ella ya sabía la respuesta, pero nunca le había oído admitirlo, y ahora quería oírlo.

-¿Cuando me pediste que me casara contigo, y me dijiste que me amabas, realmente lo sentías?

-Yo… -se pasó una mano por los ojos y exhaló un suspiro, bajó la mano y la miró a los ojos- No.

Ahí estaba, la verdad desnuda y brutal. Él no trató de explicar sus acciones o justificarlas. Era la respuesta que ella esperaba, una confirmación de lo que había sabido durante ocho años. Pero ahora todavía tenía el poder de hacerle daño. Sin embargo, era mejor una verdad honesta y dolorosa que una mentira. Ya había tenido suficientes.

-Acaso… -replicó; hacerle preguntas era mucho más duro de lo que había pensado. Tomó aire profundamente y lo intentó de nuevo- ¿tienes algún hijo con alguna de las mujeres con las que has estado?

-No

-¿Estás seguro?

-Sí, siempre he tomado precauciones… -él se recostó y se estiró a su lado, incómodo-¡Por Kami!, Tenten, no me pidas que hable sobre estas cosas contigo, no puedo hacerlo.

-Mucha gente dice que el hijo pequeño de Matsuri Sato es tuyo, aunque su marido lo haya reconocido.

Neji se acercó más a ella.

-No, Tenten, no. Te dije que no era mío, ya sé que ese rumor ha estado circulando durante años, pero no es verdad. Además, sería muy fácil de comprobar ¿verdad? –señaló sus ojos- línea de sangre, es hereditaria, imposible deshacerse de ella.

Aunque ella sabía que podía estar mintiendo, lo creyó. Prefirió creerlo y, con esa elección, sintió una profunda sensación de alivio.

-¿Puedo preguntarte algo? -dijo él, e hizo una pausa- Me amabas, ¿por qué?

Sorprendida no sólo por la pregunta, sino por la repentina intensidad de su voz, lo miró fijamente.

-¿Por qué te amaba?

-Sí, por qué, quiero decir, ni siquiera me conocías. Incluso hoy en día, como has dicho, no nos conocemos y, sin embargo, me dices que me amabas, eso es algo que encuentro extraño, Tenten. ¿Por qué te enamoraste de mí?, de un tipo como yo.

Frunció el ceño; había algo en su rostro que a ella le recordó a un niño en la escuela que esperara una explicación de un complejo problema matemático. Esperaba una respuesta que tuviera sentido. Alzó la mano en señal de ayuda.

-No lo sé, supongo que porque tú lo hacías todo muy fácil. Dondequiera que estuviera, el mundo era bueno y maravilloso, y yo era feliz. El cielo era más azul y la hierba más verde -ella se recostó y miró hacia otro lado- Suena estúpido, lo sé, pero así es cómo me sentía. No sé decirte por qué, pero te amaba -suspiró profundamente y lo miró- Te amaba más que a mi vida.

Él alzó la mano para acariciar su rostro, extendiendo la palma sobre su mejilla, los dedos enroscados en su cabello.

-Nunca quise hacerte daño, Tenten. Dios mío, si no crees nada de lo que te digo, al menos créete esto. Cuando nos casamos, tan sólo esperaba estar contento; al fin y al cabo, eso es lo único que se puede esperar en la vida. Pero no era suficiente para ti. ¿Sigo contento?

Ella se apartó.

-Si alguna vez hubieras estado enamorado, nunca tendrías que hacerte esa pregunta.

Sorprendida por sus propias palabras, lo estudió desde la otra punta del sofá, y los escasos metros que había entre ellos le parecieron kilómetros.

-¿Alguna vez has estado enamorado?

Él miró hacia otro lado.

-No

Quizá fuera incapaz de amar a nadie. Ella no lo dijo, pero esa conclusión nunca pronunciada quedó flotando en el aire. Se volvió, inclinándose sobre el sillón, y miró al frente.

-Tú nunca has estado enamorado, ni de mí ni de ninguna otra mujer. En realidad, tampoco estás enamorado de mí ahora, así que dame una buena razón para que considere la idea de volver contigo. Otra que no sea la de estar casados y no tener otra elección porque nuestra sociedad se rige según ciertas reglas.

-Bien -comenzó a acercarse a ella, avanzando hacia su lado del sofá- Porque te hago reír, porque, cuando te beso, te derrites y… todo eso. Siempre me ha gustado -la rodeó con el brazo, ignorando el respingo de ella- Porque, cuando te toco, todo en el mundo desaparece y sólo estamos nosotros. Porque, incluso cuando peleamos, la mitad de mi mente intenta acordarse de cómo te quitabas la ropa. Ésta es la respuesta más honesta que puedo darte.

Tenten no iba a caer en la trampa.

-Por supuesto, nunca has sentido esas cosas con ninguna otra mujer.

-No es lo mismo

-¿Por qué es diferente?

Profirió un sonido que bien podía ser una risa.

-Porque ninguna otra mujer en el mundo me hace sentir tan mal como para querer tirarme de cabeza por la ventana.

-No es suficiente.

-Porque eres mi mujer, y yo soy tu marido. Porque quiero tener un hijo, Tenten, y creo que tú también.

-Te refieres a un heredero.

-No, no me refiero a eso -pero debió de darse cuenta de lo poco convincente que resultaba, dado que ésa era la única razón que tenía para volver con ella, y trató de enmendar la respuesta- Quiero decir, necesito un heredero, sí… pero también quiero tener hijos, ¿acaso el matrimonio no es para eso?

-El matrimonio es un acto de amor -repuso ella, mientras cierta aridez la invadía al hablar.

-Para mí y para la mayoría de la gente que conozco. Pero no todo el mundo considera el matrimonio de la forma que tú lo haces, Princesa, no siempre consiste en amor, ésa es una de las reglas que gobierna nuestras vidas.

Él tenía razón en eso; Tenten pensó en las familias nobles que conocía, y Tintin y Kinto eran una excepción, pues en la mayoría de las parejas de sus amigos, el matrimonio no había sido por amor, sino que era por compromiso y para asegurar la herencia, el tipo de matrimonio que por desgracia tendría su hermano Naruto. Después, vivían vidas separadas y se tenían amantes de elección propia. Ella contempló cómo el futuro pasaba ante sus ojos, un futuro que pensó que había esquivado al casarse con Neji, el de un matrimonio sin amor.

Ella podría tener amantes, supuso, para mitigar la miserable soledad, si quería, pero no se imaginaba que otro hombre pudiera tocarla salvo Neji. Sin embargo, algo le hizo decir:

-Las reglas también son para nosotros, supongo…, es decir, yo podría ser como Matsuri Sato y tener un amante, si quisiera.

-¡No, no puedes! -Las palabras salieron de su boca con una fuerza inesperada, como disparos en la habitación.

-Pero tú sí puedes; de hecho, ya las has tenido, es injusto.

-No, señora -dijo, volviéndose con una mirada desafiante- Mi heredero, Tenten, no el de otro hombre, eso también forma parte de las reglas.

-¿Y después qué? ¿Tú te vas por tu camino y yo por el mío? Entonces podrás tener todas las amantes que quieras, como antes. La única diferencia es que yo seré libre para hacer lo mismo, ¿así es como funciona, Neji? ¿Si vuelvo contigo, así es como nos irá?

-Espero que no.

-Sin amor, ¿de qué otra forma podría ser?

-Desde mi punto de vista, eso depende de ti. ¿Vas a volver a echarme de tu cama?, porque si así es, tendría que buscarme una amante, es así de simple.

-Qué conveniente para ti, que el futuro de nuestro matrimonio dependa por completo de mí.

-Exacto.

Tenten debería haberse reído, pero aquella situación no tenía nada de divertida.

-Si soy una mujer fiel, ¿tú también me serás fiel?

Lo desafió y el mal humor surcó su rostro como una sombra. Él se cruzó de brazos.

-Ningún hombre responde a una pregunta así.

-¿No?, ¿por qué no?

-Si digo que sí, no me creerías. Si digo que no, perdería cualquier oportunidad que tuviera de volver contigo. Si digo que no lo sé, estoy acabado por no darte una respuesta definitiva. No importa lo que diga, siempre estará mal, lo sé.

-¡Esto no es un juego! No se trata de ganar o perder. Lo que yo quiero -se atragantó y trató de enmendar sus palabras-… no, yo merezco una respuesta honesta a mi pregunta. Si vuelvo contigo y soy una esposa fiel que te da un hijo, ¿serás tú también un esposo fiel?

-No lo sé.

Ella bajó la cabeza, mirándolo con incredulidad.

-¿No lo sabes? ¿Qué tipo de respuesta es ésa?

-Una respuesta honesta, ya te dije que ésa no era una pregunta que pudiera contestar bien un hombre, pues no importa lo que diga, nunca te satisfará. ¿Que si haría todo lo posible por ser un marido fiel? ¿Que si lo conseguiría? De nuevo, eso depende de ti. ¿Puedes ser una buena esposa para mí? ¿Puedes ser una compañera afectuosa y amante? ¿Puedo confiar en que no te sumirás en lágrimas y cerrarás la puerta de tu dormitorio? ¿Puedo confiar en que te convertirás en una reina de hielo despiadada cuando las cosas no vayan como tú quieres?

Eso le dolió, se mordió el labio mientras observaba el resentimiento de su rostro, un resentimiento dirigido a ella cuando, en realidad, no se lo merecía.

-Eso es muy cruel por tu parte.

-Tú querías la verdad.

-¡Por Dios! -exclamó, poniéndose de pie, verdaderamente enfadada- me hablas como si no estuviera siendo razonable. ¿Acaso no es razonable que una mujer espere que su marido le sea fiel?

Él también se levantó.

-¿Y tampoco es razonable que un hombre espere que su mujer haga que la fidelidad valga la pena?

El sonido de unos nudillos en la puerta cerrada interrumpió cualquier respuesta que ella hubiera podido dar. Ambos se volvieron y vieron entrar a Yumi, llevando a Okisada en los brazos, con cierta mirada de disgusto en el rostro.

-Perdóneme, princesa -se apresuró a decirle la ahora temporal niñera.

Tenten se sintió un tanto aliviada por la interrupción. Empezaba a entender a qué se refería cuando dijo que no le gustaría una respuesta honesta a sus preguntas.

-¿Qué ocurre, Yumi?

-Lo siento, princesa, pero estoy buscando al señor Kitkat.

-¡Oh, vaya! -Miró a Okisada- ¿Kitkat se ha perdido?

-Me temo que sí -contestó Yumi, sé que el niño estuvo aquí con su hermano al principio de la tarde, así que esperaba que hubiera dejado a Kitkat por aquí.

Tenten echó un vistazo al estudio.

-No lo veo.

-¿Quién es el señor Kitkat? -preguntó Neji entre los sollozos del niño.

-Su muñeco favorito -explicó la niñera, y volvió a dirigirse a Tenten- No sé cómo pude acostarlo sin darme cuenta de que se había perdido, pero debió de ser así. Se durmió sin él, estaba tan cansado. Pero algo lo despertó y debió de descubrir que el muñeco no estaba allí, porque empezó a llorar como si se hubiera vuelto loco. No creo que vuelva a dormirse sin él.

Tenten miró al bebé, que lloraba como si se fuera a acabar el mundo.

-¿Qué pasa, Oki? -le preguntó cariñosamente mientras lo cogía en brazos. Le besó la carita húmeda- ¿Kitkat está jugando al escondite contigo otra vez?

Pero Okisada no se iba a consolar con unos cuantos besos. Lloró más fuerte, y Tenten miró a Yumi con resignación.

-Creo que tendremos que encontrar el muñeco.

-Eso parece, princesa…

Tenten iba a devolver el bebé a la niñera, pero la voz de Neji la detuvo.

-Puedo… -dijo, sacando las manos de detrás de la espalda y mirando hacia otro lado -bueno, no importa.

Tenten lo observó, estudiando su perfil, no había rastro de enfado en su cara, parecía grave y a disgusto, casi avergonzado. No recordaba que Neji se hubiera avergonzado nunca, y no pudo contener su curiosidad.

-¿Qué ibas a decir?

Lo observó mientras cambiaba el peso de una pierna a otra, pero él no la miró, aunque sí dirigió una mirada de incomodidad a la niñera antes de centrar su atención en el bebé.

-Sólo me preguntaba si podía cogerlo –susurró- pero luego me di cuenta de que parecería un poco tonto.

-¿Quieres coger a Okisada? -preguntó Tenten asombrada, dudando si lo había entendido bien- Los hombres nunca quieren coger a los bebés, especialmente a aquellos que tienen tanta fuerza en los pulmones -pero él asintió fugazmente y ella comprendió que así era.

-No es ninguna tontería -dijo y se acercó más a su marido- Aquí lo tienes.

Le ofreció a Okisada, pero él no lo cogió.

-No sé cómo hacerlo -dijo con cierto pánico repentino.

Ella arrimó de nuevo a Okisada a su hombro para demostrarle cómo hacerlo.

-Así, ¿ves?

Él asintió y ella volvió a darle el bebé. Acercándose más a su marido, le puso al niño, que seguía llorando, en los brazos.

Él cogió al bebé con cierto titubeo, indeciso. Tenten apenas podía creérselo. Primero, desconcierto, después, incertidumbre; de todos los hombres del mundo, tenía que ser Neji. Qué extraña se había tornado aquella noche. Neji recostó a Okisada en su pecho con su culito descansando sobre el brazo, cogiendo la cabecita con una mano y sosteniéndolo exactamente en la misma posición que ella lo había hecho.

En ese momento, por alguna razón inexplicable que sólo conocen los ángeles, Okisada dejó de llorar.

En medio del repentino silencio, Tenten contempló a su marido. Parecía que sostuviera un milagro en sus manos, y ella sintió que la tierra desaparecía bajo sus pies. Las discusiones, las palabras injustas y sus expectativas se disolvieron, y una alegría punzante y dolorosa brotó de su pecho. No podía moverse y esperaba que no fuera Cupido quien hubiera arrojado aquella flecha a su corazón.

Neji se echó un poco hacia atrás para observar el rostro del bebé en sus brazos.
El bebé lo miró, y un ligero gesto de asombro se traslucía en sus cejas, como si no supiera bien qué hacer en brazos de un extraño. Entonces, con la carita todavía surcada de lágrimas, sonrió y dijo algo ininteligible que sonó sospechosamente como un gruñidito de afecto.

-Si la gente se entera de esto, no pararán de murmurar. Mejor será que quede entre nosotros, compañero.

El bebé gorjeó como respuesta y Tenten observó cómo alzaba una de sus manitas para tocar la mejilla de su marido. El Hyuga volvió la cabeza y sopló en la palma del niño, haciéndolo reír; Neji parecía gustarle a Okisada sin hacer ningún esfuerzo. Ni siquiera los bebés eran inmunes a su encanto.

Arropó al niño y lo asentó con más seguridad en su brazo, parecía mucho más cómodo ahora que unos momentos antes.

-¡Qué tipo más guapo eres cuando no lloras! Tienes los ojos de tu madre, ningún corazón femenino estará a salvo de aquí a veinte años.

El bebé se estiró y puso su manita sobre el pecho de Neji, hundiendo los deditos en el cabello lacio de su marido. Hizo un sonido de desesperación y lo miró retorciéndose.

-No estás interesado en ser el rompecorazones del barrio, ¿eh?, no puedo culparte. Las mujeres están hechas para que las vidas de los hombres se conviertan en un auténtico caos a la más mínima oportunidad. Es mejor que tengas las cosas claras lo antes posible.

-Eso que dices es terrible –protestó Tenten- Oki, no lo escuches.

-No lo hará -le dijo Neji- pues los hombres nunca tienen las cosas claras.

El bebé empujó el pecho de Neji con ambas manos.

-Pop -dijo- pop, pop.

-Sí, ya lo sé -dijo él como si lo entendiera perfectamente- Gracias por recordarme el asunto tan importante que tenemos entre manos.

Comenzó a caminar por toda la salita, con el bebé en brazos, haciendo todo un número mientras buscaba al señor Kitkat. Mientras miraba bajo las mesas, entre las sillas, continuaba hablando a “mi ahijado” con un tono sabelotodo.

-Lo peor de todo, amigo mío, es que las mujeres son lo más importante para nosotros en esta vida, y ellas lo saben. No es que todas utilicen este hecho en contra nuestra, no te preocupes. Pero es importante que un muchacho tenga buen ojo -siguió recto y se detuvo para mirar al bebé, que lo contemplaba con fascinación- Sé especialmente cuidadoso con las preguntas comprometidas –aconsejó- Ellas te las sacarán a colación en cualquier momento. Recuerda mis palabras.

Tenten profirió un suspiro pero Neji no le prestó atención.

-Por supuesto, en esas circunstancias -continuó mientras se dirigía hacia ella- solemos quedar fatal y siempre decimos algo doloroso -se detuvo cerca de donde ella estaba y sus miradas se encontraron- Después, siempre lo lamentamos y nos sentimos como auténticos chacales.

Siguió con su búsqueda pasando a su lado sin pronunciar palabra. Ella ya tenía su disculpa. De todas las peleas que habían mantenido en los últimos ocho años, Neji jamás le había pedido disculpas por nada. Ni siquiera lo había intentado. Tan sólo eran palabras, pero palabras que nunca le había dicho antes.

Sorprendida, se volvió mientras él rodeaba el sillón por el otro lado, donde lanzó un grito de triunfo.

-¡Ah! Aquí está Kitkat!

 Con un gritito de deleite, Okisada abrazó al muñeco con su bracito. Se acurrucó en el pecho de Neji con un balbuceo y un suspiro gratificante. El corazón de Tenten se encogió, y tuvo que volverse porque le dolía contemplarlos. Pensó en lo que él quería de ella y que no estaba dispuesta a darle. Sin verlos, contempló los libros amontonados sobre el escritorio. Un niño era imposible, tenía que serlo. Ese sueño hacía mucho tiempo que ya se había desvanecido.

Cogiendo fuerzas mientras se volvía para mirarlo Tenten hizo un gesto para que Yumi cogiera al pequeño. La niñera se dirigió a Neji, que rechistó, reacio, pero Tenten no podía soportar más verlo con el niño.

-Debe volver a la cama, es tarde.

-Claro.

Le dio el niño a Yumi, que se marchó con él al dormitorio. Okisada estaba tan cansado o tan feliz del regreso del señor Kitkat que no pareció importarle verse privado de los encantos de su marido. En la estancia no se oyó ni un sollozo desde el otro lado de la puerta cerrada.

El silencio resultaba embarazoso y desconcertante.

Él dio un paso hacia ella.

-Tenten…

-Es muy tarde -dijo retrocediendo otro paso y protegiéndose tras el escritorio.

-No es tan tarde -y continuó caminando hacia ella con pasos lentos y deliberados, dándole suficiente tiempo como para evitarlo. Pero, por alguna estúpida razón, ella no lo hizo.

Se puso en frente de ella, sus pestañas gruesas y oscuras bajaron una fracción de segundo, y cogió su cabellos ondulado entre las manos, se los llevó a la boca y los besó, oliéndolos intensamente.

-Jazmines.

Tenten sintió cierta agitación interior y se agarró con fuerza al borde del escritorio que quedaba tras de sí. Pensó en todos aquellos sueños románticos e imposibles de su infancia y se repitió a sí misma que, ahora, esos sueños se habían desvanecido.

Neji le colocó el cabello por encima del hombro y dejó que cayera por su espalda. Después, cogió su rostro con ambas manos y pasó los dedos por sus pómulos, trazando ligeramente los ángulos de su nariz, por el arco de sus cejas. Entrelazó los dedos en el nacimiento de su pelo y cubrió sus mejillas con las manos, acariciando sus labios con los pulgares. Hizo todo eso sin mirarla a los ojos, manteniendo la mirada fija en sus manos y en sus rasgos mientras los iba acariciando. Cada movimiento era deliberado y tentativo.

Al poco tiempo, empezó a acariciarla por el cuello, descendiendo poquito a poco; pasó su otra mano por la cintura de Tenten, sobre la azulada tela de su pantalón pijama.

-He venido aquí por una razón -le recordó, y entonces la miró a los ojos- he venido a besarte y a arreglar las cosas.

-No dijiste nada acerca de un beso.

Él cubrió su boca con la suya, sonriendo. El beso de Neji, tan potente como había sido en el museo, tan potente como siempre había sido, haciendo que fuera tan fácil olvidarse de todo lo que existía en el mundo. Sus manos, tan seguras, deslizándose por sus caderas, acercándola más hacia él, sus dedos extendiéndose por sus nalgas. Su boca, obligando a que la suya se abriera.

Una de las manos de Tenten se soltó del escritorio y acarició la mejilla de Neji, tocando la piel suave. Sus labios se abrieron, mientras ella deslizaba la mano por su nuca y se dejaba besar profundamente.

La lengua de Neji se unió a la suya y sus manos se aferraron a sus caderas, manteniéndola prisionera contra el escritorio mientras él la saboreaba. El beso le pinchó, estremeciéndose por su contacto. Aquellas mañanas con Neji, imágenes eróticas que la habían perseguido durante años, imágenes que finalmente había pensado que estaban enterradas, surgieron de pronto para torturarla. Por su mente pasaron aquellas imágenes de sus manos acariciándola bajo el sol de la mañana, en la enorme cama de caoba de su residencia de casados, y enviaron impulsos eléctricos por todo su cuerpo, obligándola a apretarse más aún contra él. Le rodeó el cuello con el brazo.

Él hizo un sonido hueco contra su boca e interrumpió el beso, se inclinó a ambos lados y, con un golpe, limpió el escritorio, enviando la pila de libros al suelo. Entonces sus manos acariciaron sus nalgas y la alzó hasta sentarla sobre el escritorio.

Rápidamente cogió los bordes de la camisa ancha da su mujer, subiéndola lentamente hasta arremolinar la tela bajo sus pechos. Neji se inclinó y besó la piel suave expuesta, trazando un camino de lava con su aliento, frotando su mejilla contra la calidez de su cuerpo. El sonido era el de dos respiraciones dificultosas armonizadas por la lluvia del exterior, un hermoso telón de fondo.

Las manos de Tenten no se quedaron quietas, se deslizaron por el cuerpo de su marido, desplazándose desde las estrechas caderas a los angostos hombros. Se las ingenió para apartar el algodón y estrujar la tersa carne de Neji bajo la ropa. Sus manos estaban frías en comparación con el calor de su cuerpo, pero eso a él no pareció importarle.

 El placer la invadió, un placer largo tiempo olvidado, un placer que la hacía saltar y retorcerse de excitación. Su mano tiró de sus cabellos y ella se apretó aún más contra él, hundiendo los dedos en su melena de oscura noche, guiando su cabeza hacia su pecho.

Él, terminó de sacarle la pieza de ropa y observó, fascinado, cómo dos pequeños pezones se erguían, sobresalientes; más preciosos incluso de lo que recordaba. Tenten llevaba uno de esos sostenes de encaje negro, con un diseño en hilo de araña y muy reveladores. Neji no pudo resistirse a acariciarlos, al principio dudoso (como si temiese que éstos fuesen a desaparecer) después confiado. No tardó en hundir el rostro entre sus senos, mimándolos con la lengua, provocándolos con las manos; al tiempo que encontraba el cierre de su lencería y la hacía a un lado, como si le ofendiese. Con cada lametón y cada caricia le sobrevenía una sensación punzante, mientras la degustaba, la acariciaba y la sentía contra su cuerpo.

Tenten estaba sumida en la urgencia caliente y demandante de sus manos y su boca. Hacía tanto tiempo que no sentía las manos de Neji sobre ella, tanto tiempo que no sentía esa pulsión salvaje y sensual. Podía oír los sonidos suaves y húmedos que provenían de su garganta, sonidos de deseo desesperado y ansia ardiente, entonces se oyó a sí misma suspirar su nombre.

Él se estiró; moviendo una mano hacia el borde inferior de su pijama, mientras con la otra le sostenía la nuca, abrigándola. Estaba a un paso de deslizar dicha prenda por sus piernas largas, cuando habló:

-Dios mío -suplicó contra su garganta- ¡Cómo he podido perderme esto!

“¿Perderse qué, poseer a una mujer?”

Esa pregunta pasó por la mente de Tenten y, con ella, volvió a la fría realidad, como si le hubieran arrojado agua helada. ¡Dios bendito, qué estaba haciendo!

Tenten se puso rígida mientras la mano de Neji se dirigía hacia sus muslos, y cerró firmemente las piernas, terminando aquella locura antes de que fuera aún más lejos.

-Neji, no -dijo, recobrando la compostura- No.

Él también se incorporó, con las manos atrapadas entre sus muslos, la respiración profunda mezclándose con la de ella.

-Tenten… -extendió la mano contra su piel, consiguiendo que separara los muslos unos centímetros.

Ella lo apartó.

-Deja que me vaya.

El ojiperla titubeó y ese momento de reticencia la hizo reaccionar.

-¡Déjame ir, déjame ir!

Sumida en el pánico, desesperada, golpeó su hombro con la mano, empujándolo. Se movió hacia ambos lados, bajándose del escritorio, recolocándose la ropa esparcida por el suelo, en un esfuerzo por librarse de él.

-Apártate –murmuró- Debo de estar loca, ¿acaso soy masoquista?

-Tenten.

El sonido de su voz la hizo detenerse a unos pasos de donde él estaba. Se giró, abrazándose a sí misma.

-No puedo creer con qué facilidad me pierdo y cuán a menudo -dijo, golpeándose la frente con el puño, una, dos y tres veces, preguntándose qué demonios había pasado por su cabeza- ¿Cómo puedo ser tan, tan estúpida?

Neji la contempló, con la respiración todavía entrecortada, su rostro mostraba cierta incredulidad, pero muy diferente de la de ella. Dio un paso hacia su esposa, tratando de alcanzarla.

Ella lo evitó, poniéndose fuera de su alcance.

-No puedo culparte, eso es lo peor, no es que me hayas mentido esta vez o cualquier otra cosa. Has admitido que nunca me has amado, ni siquiera puedes prometerme que me serás fiel y, sin embargo, media hora después estaba dispuesta a entregarme a ti. ¿Dónde he dejado la cabeza, dónde mi autoestima?

-¿Autoestima? -se pasó la mano por la cara, aspirando el aire en bocanadas profundas- Dios mío, tu autoestima no es el problema, ni tampoco tu cabeza, es tu elección.

-Siete años sin ti, construyendo mi propia vida -continuó ella, ignorándolo- Y sólo unas cuantas salidas contigo, un par de besos robados y me comporto de forma tan sumisa como cualquiera de tus putas.

-¡Eres mi mujer! No hay nada de malo en querer hacer el amor con tu marido, y tú lo deseabas, ¡maldita sea, claro que sí! ¿Por qué no has continuado? se mesó el cabello con las manos y se dirigió a ella pronunciando otra blasfemia- ¡Por Dios, Tenten! -dijo por encima del hombro- A veces me desespera entenderte.

-Me gustaría que te marcharas.

Él le dio la espalda y cruzó la habitación, poniendo más distancia entre ambos, y alisó su ropa mientras ella alisaba la suya. Ninguno de los dos pronunció palabra y, tras unos minutos, se dirigió a la silla donde había dejado su abrigo, al principio de la noche. Se lo puso y añadió:

-Las tres semanas han terminado, vendré por ti mañana por la tarde. Es mejor que decidas esta noche en qué casa quieres vivir; si no, los Uzumaki pueden esperar una demanda del Consejo al día siguiente.

Tenten empezó a rechistar pero, cuando él se volvió para mirarla, no pudo más que callarse. Ahora, veía el despecho en su rostro, despecho ante sus deseos, el desafío en sus cejas arqueadas, torvo orgullo, una pose de determinación. Ella conocía ese gesto muy bien, no tenía sentido discutir.

-Te doy mi palabra -le recordó con voz dura y seca, y añadió- Quiero una compañera que me desee, así que no tienes que preocuparte de exponer tu cuerpo para que lo tome. Dios me libre de tratarte como a una ramera.

Y haciendo una inclinación, se marchó. Para él era suficiente con decirle que no se preocupara. Pero, la preocupación no era el problema, no era la preocupación lo que la hacía retorcerse de ira y desear coger el siguiente barco al país de la Cascada.

El problema era que el hombre que tanto daño le había hecho y al que ella debería odiar podía sostener a un bebé que lloraba en brazos y hacerlo reír. Es más, él todavía podía hacerla reír, incluso después de lo que le había hecho. Podía conseguir que ella temblara como un flan cuando la besaba y que ardiera cuando la tocaba. Podía enamorarse de nuevo de él, era así de fácil, tan fácil decirle que sí y darle lo que pedía, sin obtener nada a cambio, ni siquiera una promesa de fidelidad.

No, no estaba preocupada, estaba aterrorizada.


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