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viernes, 21 de junio de 2013

Neji-Ten: Orilla de lágrimas

Cap. 13: El príncipe destronado



¡Maldición! Neji cruzó la tienda de telas en busca de su mujer, pero en el tiempo en que tardó en rodear el mostrador, dos mujeres cargadas de paquetes bloquearon la puerta delante de él, cada una insistiendo en que la otra pasara primero. Tuvo que esperar hasta que lograron decidir cuál era el orden apropiado de salida; cuando consiguió salir de la tienda, le pareció que había pasado una eternidad. Alcanzó el paseo justo a tiempo para ver a su mujer doblar la esquina hacia la casa de su hermano, caminando todo lo de prisa que podía.

-Tenten, ¡espera! –gritó.

Corrió tras ella, llamándola por su nombre, indiferente ante las miradas de la gente que pasaba a su lado, sin preocuparse de si eran nobles o no; al fin y al cabo, una “princesa” no gritaba ni corría.

La alcanzó en la esquina, donde Ketaro y Kyrian la esperaban apoyados en un muro, el primero con los brazos cruzados y el rostro inalterable, y el segundo piropeando a una transeúnte todo sonriente, como el gato que se come el canario.

-¿Adónde vas?

-A casa.

La detuvo cogiéndola del brazo.

-La casa de Naruto no es tu hogar.

-Ahora sí -dijo librándose de su mano, y continuó caminando- y lo será siempre, si me dejas.

-Podemos hablar de ello.

-¿Ahora quieres hablar en vez de huir? -y sin mirarlo, añadió- eso no era lo que solías hacer antes. Pero, no. No quiero hablar porque no hay nada que decir. No quiero verte, no quiero pasar tiempo contigo. No quiero elegir telas para tu biblioteca. Quiero que te vayas y me dejes en paz. ¿No te gusta Hanabi como heredera? ¡Es tu problema, no el mío!

Llegaron al final de la calle y se dispusieron a cruzarla, pero un carro estaba pasando y él tuvo que agarrarla para que no la atropellara.

-¡Ten cuidado, Tenten, por Dios!

Esperó hasta que hubo pasado el carro e intentó cruzar de nuevo, esta vez mirando lo que estaba haciendo. Él la siguió hasta el otro lado del camino pero, cuando ella se dirigió a la plaza, él se detuvo y contempló cómo se marchaba, esperando a ver si, al menos, volvía la cabeza y lo miraba. Pero no lo hizo.

Se preguntó si debía seguirla, si debían hablar, pero tal y como ella había señalado con precisión, no había nada que decir. Él vio cómo cruzaba la plaza hasta la casa de Naruto, y dio un puñetazo de frustración al aire. “¡Maldita sea, justo cuando empezábamos a estar bien juntos!”

Encontrarse con Sadako era lo peor que podría haber pasado. Tampoco ayudaba preguntarse si eso iba ocurrir cada vez que salieran juntos. Pues en su caso, no tenía ninguna disculpa.

“Claro, te vas, como siempre.”

No esta vez. Neji cruzó la plaza y entró en la casa justo cuando ella estaba llegando a lo alto de la escalera de caracol.

-Tenten, ¡espera!

No se detuvo.

-Ahora, ¿quién es la que se va? -le gritó

Sus palabras resonaron en la escalera, pero no hubo respuesta. Ignorando las curiosas miradas de los sirvientes, Neji subió los escalones de dos en dos, corriendo para alcanzarla, aunque no lo consiguió hasta llegar al corredor de la segunda planta. Llegó justo a tiempo para que le cerrara la puerta en la narices, pero él la abrió antes de que ella pudiera pensar siquiera en cerrarla con llave.

Era el dormitorio de su mujer. Yumi, estaba en la habitación, colocando unos vestidos sobre la cama.

-Yumi -dijo silenciosamente- déjenos un momento

-No, Yumi, quédate dónde estás.

Neji no replicó, pero la empleada sabía que no era necesario. Podría ser la familia Uzumaki quien le pagase sus honorarios, pero también estaba al tanto de la situación de “su princesa”, los rumores no corren, vuelan. Hizo una breve inclinación de cortesía a ambos y salió.

-¡Cómo te atreves a seguirme hasta mi habitación y ordenar a mi ayudante que se vaya! -gritó en el momento en que se cerró la puerta- ésta no es tu casa. ¡Fuera de aquí de una vez por todas o le diré a Naruto que te eche!

-Ocultarte tras las faldas de tu hermano no va a resolver nada.

-¡Fuera! ¡Vete y encuentra alguna compañía femenina por ahí!

-Eso es algo que no voy a hacer nunca más. ¡Por Dios!, no, no voy a estar en guerra continua contigo, ni a permitir que me eches en cara cosas que ya no puedo cambiar. No hay nada que pueda hacer respecto al pasado, nada que pueda decir.

-¿Cómo que no puedes decir nada? ¿Por qué no intentas algo ingenioso, algo inteligente, algo que me haga reír para que olvide la situación tan desagradable que he pasado? ¿Acaso no es lo que siempre hacías?

Eso lo dejó cortado, pero se negaba a permitir que viera lo mucho que le dolía.

- Aunque te parezca extraño, cariño, no puedo pensar en nada ingenioso, y ahora mismo no está en mi mano hacerte reír. Me gustaría poder hacerlo, pero no hay nada que pueda decir de Sadako, Matsuri, Ino o cualquier otra mujer con la que haya estado. Vas a tener que aguantarlo.

-Simplemente olvidar y perdonar, ¿es eso? Qué conveniente para ti.

-¿Quieres que te hable de Sadako para que tengas más razones para despreciarme? -preguntó frustrado ante la pequeñez de todos sus esfuerzos- ¿eso es lo que quieres?

Ella no contestó.

-A algunas de las mujeres con las que me he acostado nunca las busqué -continuó, alentado por su silencio- como Matsuri Sato, ella me utilizó y yo a ella. Puede parecer sórdido, pero es así. Sadako era diferente; ella y yo estuvimos juntos por una cosa en común, la soledad de nuestros matrimonios vacíos, sin sentido.

El dolor surcó su rostro, un dolor que a él también le hizo daño, pero no se calló: -Sadako y yo nos consolamos mutuamente, créeme, ambos necesitábamos consuelo.

-¡No! - se tapó los oídos- no quiero oírlo.

-Tienes que escuchar, puesto que tú lo has querido y me torturas con ello. Sadako y yo fuimos amantes durante un año, ella era una compañera dulce y cariñosa, una mujer adorable. Y ambos lo disfrutamos exactamente por lo que era y el tiempo que duró.

-Ya es suficientemente duro que tenga que ver a tus amantes por todas partes, pero no tengo por qué quedarme aquí escuchándote hablar de ellas.

Trató de esquivarlo, pero le cortó el paso.

-¿Por qué no? ¿Realmente te importa? -pudo ver el dolor en su rostro y supo que él era la causa, pero eso tampoco lo detuvo. Fue más lejos aún, sintiéndose seguro, cruel y, maldita sea, culpable- ¿acaso las reinas de hielo necesitan a alguien alguna vez?

Ella volvió el rostro. De perfil, él pudo ver cómo le temblaban los labios, apretados en una línea fina.

-Puedo decir que mi romance con Sadako no significó nada, porque eso es lo que los hombres siempre les dicen a sus mujeres, pero sería mentira.

-Como si mentir fuera tan difícil para ti…

-Es cierto que nada no fue; pero no fue amor ni algo parecido. Sólo dos personas solas que se gustaban y necesitaban calor y contacto humano.

-¡Sadako estaba enamorada de ti!

-Tonterías

-No son tonterías. Ella estaba loca por ti y todo el mundo lo sabía, todos salvo tú.

Su mujer hizo un intento de volverse, pero él la agarró por los hombros.

-No era amor, Tenten, era lujuria y alguien con quien conversar después, una manera de aguantar la soledad, y eso fue todo.

Ella inclinó la cabeza sin creerlo, pero no lo miró. Él le agarró la barbilla y alzó su rostro, viendo cómo brotaba una lágrima, que cayó en su mano y le quemó la piel como si fuera ácido.

-¡Dios santo!

Se alejó de ella y retrocedió hasta la ventana, odiándola por los siete años de distanciamiento entre ambos, odiándose a sí mismo aún más por haberle dado tantas razones para ello.

-¿Qué quieres de mí? diablos, ¿qué es lo que quieres?

-No quiero nada de ti, eres tú quien quiere algo, algo que yo no puedo darte. El amor se fue, Neji, y no puedes hacer que vuelva; algunas cosas, simplemente, no se pueden arreglar.

Dicho esto, dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.

-Cuántas veces tendré que decirlo, no puedo hacer nada por el pasado.

-Sí, sí puedes -se irguió en el umbral y se volvió- puedes aprender, yo lo hice, aprendí a no volver a confiar en ti.

Dicho esto, se fue.

Él se recostó en la ventana y contempló su lecho en la casa de su hermano y el vestido verde musgo que estaba encima de él, y su risa de unos momentos antes retumbó en su mente. Él habría sacado telas de colores horribles para decorar toda su casa para ver si ella sonreía. Pero ahora se daba cuenta de que eso no serviría de nada.

Dio la espalda a la cama y miró por la ventana, luchando contra el deseo de atravesar el cristal con la cabeza.

-Maldita sea -murmuró recordando las duras palabras que había dicho momentos antes- maldita sea, maldita sea.

Eso mismo había ocurrido antes muchas veces, cuando Tenten se tornaba fría y él se enojaba, cuando ella se sentía herida y él también, cuando ella no podía perdonar y él lo mandaba todo al infierno. Se marchaba y encontraba a otra mujer que no lo juzgase, que no lo partiera en pedazos y que no lo odiara. Quizá ella tuviera razón: algunas cosas eran irreparables. No importaba lo que él dijera, hiciera o intentara hacer, nunca sería suficiente. Podría aceptar los votos del celibato ahora mismo e ingresar en un monasterio el lugar más recóndito, pero no sería suficiente. Mientras él siguiera respirando, nada sería suficiente, al menos para Tenten.

Una pareja que paseaba llamó su atención, y se dio cuenta de que eran Tintin y Kinto Uzumaki. Paseaban juntos por el sendero al final del parque oval que había frente a la casa; el propio Kinto empujaba un cochecito de bebé. Estaban sacando de paseo a su hijo Okisada, y Yumi, quien por lo visto ahora también era la niñera, trotaba unos cuantos pasos por detrás.

Había conocido a ese matrimonio en su boda con Tenten, sabía que Tintin era la prima de su mujer, pero era raro verla por la villa en esta época del año, y más con Okisada a cuestas. Tintin era un demonio de mujer, no entendía como Kinto la aguantaba, el tipo le caía bien.

Neji contempló cómo se detenían al lado la verja de hierro forjado. La morena sacó al niño del carrito, y se sentó sosteniendo al bebé en sus rodillas, agarrándolo por la cintura. Su marido se sentó al lado de ella, pasando un brazo tras la verja, detrás de su mujer. Eran como cualquier otra apareja afortunada, felizmente casada, riéndose y hablando, hablándole a su bebé durante una salida al parque. Eran una familia.

Entonces apareció Tenten, cruzando el parterre frente a la casa para unirse a ellos. Llevaba la bufanda en la mano, se había quitado los guantes y el abrigo y su cabello suelto refulgía bajo el sol. Se detuvo ante la verja, la bufanda cayó al césped y tendió los brazos para coger a Okisada del regazo de su madre. Ella se lo acercó en el aire, alzándolo por encima de su cabeza, dando un lento giro mientras se reía, con la cabeza hacia atrás. Algo tan duro y doloroso como un puñetazo le estalló a Neji en el pecho.

Trató de recomponerse, pero se sintió paralizado. Posó las manos contra el cristal, enmarcando su rostro, y miró cómo su mujer sostenía un bebé que no era hijo de él. Nunca se había sentido más desamparado, más furioso o más necesitado en su vida. Quizá debería decírselo a Tenten, pensó. Sin duda, su dolor la reconfortaría.

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