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martes, 13 de diciembre de 2011

Fanfic NejiTen: Orilla de Lágrimas

Cap.7: Pasando Vergüenza

Era domingo por la mañana y las aceras y calles a esa hora temprana del día resultaban muy transitadas. Todas las pequeñas tiendas y comercios cerraban por las tardes durante lo que restaba del día, por tanto, si querías comprar algo, tenía que ser, sí o sí, durante ese intervalo.

Neji acababa de salir de uno de los establecimientos con el abanico de su mujer reparado, aquel que tan sólo un día antes Tenten había utilizado como arma contra él; consiguiendo romper el mango de la pieza al arrojárselo.

Y al pensar en lo sucedido en su casa, no pudo evitar sonreír. Cuando la besó en el cuello para intentar recordarle lo que había sido su historia, cuando sus labios se posaron sobre su delicada piel; notó como Tenten se estremecía. Tan sólo fue un momento, pero suficiente para constatar un hecho; ella aún podía sentir deseo.

Neji estaba contento y complacido, completamente asombrado. Toda la frialdad con la que lo había mantenido apartado durante tanto tiempo era pura vergüenza. En el fondo, en lo más profundo de su corazón dolorido y su orgullo herido, todavía lo deseaba. Ella podía odiarlo, todavía podía querer abofetearlo o enviarlo al infierno, pero algo había cambiado entre ellos ese día. Tenten se había ablandado, sólo un poco, sólo por un instante, pero se había ablandado.

Era perturbador, él y Tenten habían ardido como la leña arde al fuego durante su noviazgo y pasaron aquellos primeros meses de matrimonio, amándose y peleándose con igual abandono. Pero después de que todo aquello pasó, nunca habían vuelto a estar juntos, excepto aquellas escasas semanas al final de las estaciones de otoño y de verano para guardar las apariencias.

Incluso cuando se habían visto obligados a estar bajo el mismo techo, era como si estuvieran solos, sólo se saludaban educadamente cuando se cruzaban en los pasillos como barcos a la deriva. Ella le había demostrado de todas las formas posibles que ni siquiera podía soportar verlo, y él la había creído.

Se habían convertido en extraños. Incluso él había llegado a ese punto en que ya no le importaba saber por qué la jovencita que una vez había adorado se había convertido en aquella mujer que lo despreciaba. Estaba seguro de que tan sólo un milagro podría volver a prender ese fuego que una vez vivieron.

Pero ese día, en un solo instante, todo había cambiado. Algo de ese antiguo y ardiente deseo había regresado, y ya no había vuelta atrás.

Ahora, mientras se encaminaba hacia la casa de su mujer, Neji se sentía lleno de entusiasmo y renovado interés.

Mientras sostenía la cajita con el abanico con una mano, le llegaron los atrayentes olores del pan recién horneado, de los postres de la pastelería de la esquina y el sonido de las regaderas salpicando los jardines. Todo ello le ocasionaron una idea, no sabía si sería muy buena pero cualquier cosa con tal de pasar más tiempo con su mujer. Y pensaba ponerla en práctica.

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Cuando el ojiperla llegó a casa de su mujer, Yumi, la joven que si mal no recordaba, había ayudado a Tenten el día de preparar la famosa fiesta de disfraces, salió al recibidor para comunicarle que su esposa estaba ausente en ese momento.

- ¿Ausente? –Miró a la chica de mejillas redondas como manzanas sin disimular su frustración- ¿qué quieres decir con “ausente”?

Yumi sonrió como si pensara que él era un completo idiota: quiero decir que no está aquí.

Neji se apretó la frente con la mano que le quedaba libre: sí, pero ¿adónde ha ido?

-A la biblioteca pública

-¿Cuánto hace que se ha marchado?

-Oh, ni siquiera hace un cuarto de hora.

¡Maldita sea! Tardaría bastante en volver…tal vez incluso horas, y él había prometido que cenaría con sus amigos, Shino y Lee, aquella noche.

-¿Le importaría dejar su tarjeta de visita?

¿Su tarjeta? ¿Para su propia esposa? Además, él nunca usaba esas dichosas tarjetas. Hacía años que había dejado de usarlas. Al principio, cuando se casó con Tenten, un absurdo protocolo, a su parecer innecesario, alentaba a llevar encima tarjetas personales con tu nombre y dirección. Una medida para saber encontrarte llegado el caso y empleadas a su vez como identificadores, dependiendo de la familia o clan a la que pertenecieras, aparecía en el dorso la replantación del símbolo de dicha familia o clan; en su caso la simbolización del ying y el yang. Todo aquel que era alguien en la villa debía usarlas; desde los pequeños propietarios hasta los grandes mercaderes. Se decía que para mantener vivas las relaciones interciudadanas. Pero “deber” no era lo mismo que “tener que” emplearlas. Y a Neji además, le importado un pimiento lo que pensase o hiciese el resto de la gente.

-No, no será necesario. Sólo dile que he estado aquí –dijo mientras se dirigía hacia la salida.

-Discúlpeme pero la princesa no me creerá cuando le diga que estuvo aquí si no deja una tarjeta o algo que lo identifique.

Suspirando de frustración o de vergüenza -Neji no estaba seguro- se detuvo, se giró, dio media vuelta y se acercó a la chica.

-¿Y crees que con la tarjeta si? No querrá “la princesa” que le deje alguna joya que me identifique ¿verdad? (capaz era de pedirle la alianza de casado) ¿tal vez un mechón de mi cabello?

Los ojos de la chica se iluminaron y el rubor inundó sus redondas mejillas mientras se reía.

-No, no. No hará falta llegar a esos extremos.

Neji estiró el brazo y le entregó la caja con el abanico recién arreglado. Se alegraba de haberlo llevado consigo, de lo contrario, sólo Dios sabía lo que habría tenido que dejar para demostrar su presencia allí.

-Ten –puso la caja sobre las manos de la chica.

-Se la daré yo misma cuando llegue.

Neji no quiso ni saber por qué había hecho ese comentario con tanto regocijo. Sólo quería largarse de allí de una vez. Tenía la incómoda sensación de que todos los sirvientes de la casa lo estaban espiando desde las ventanas del piso superior.

-Sí, bueno, gracias.

El Hyuga salió al exterior y se encaminó hacia la biblioteca pública pero antes de bordear la esquina y cambiar de vía, paró un momento en seco y miró hacia la vivienda de la que acababa de salir, y miró hacia las ventanas del piso de arriba. No vio ninguna cara, pero algunas de las cortinas se movían como si alguien las acabara de rozar.

Si hubiera sabido que la visita iba a ser semejante espectáculo, habría cobrado entrada. Suspirando, volvió a enderezarse y continuó hacia adelante, concentrando todos sus pensamientos en una única persona, Tenten.

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“Domingo”; eso fue lo que pensó Tenten cuando se despertó esa mañana. Tenía muy presente que la primera de las 3 semanas que Neji le concedió terminaba ese mismo día. Y con cada día que pasaba se ponía más nerviosa y se volvía más evasiva. La engullía la angustia y no podía hacer nada por evitarlo.

Se pasó media mañana tumbada en la cama, dando vueltas y más vueltas, pensando en cualquier estratagema que le sirviese para ralentizar el proceso. Pero no le venía nada a la mente, y ante la carencia de expectativas, repasó todos los pasos que dio últimamente su marido. Y por más que trató de evitarlo, a su cabeza acudieron los recuerdos del día pasado, cuando la besó en el cuello justo como solía hacer en otros tiempos. Y entonces también acudió a su mente la conversación larga y tendida que se sucedió, recordándole los primeros días de su matrimonio.

Cerró los ojos. ¿Por qué le estaba haciendo esto? Había olvidado lo que era la pasión, es cierto, pero ahora todo volvía de nuevo en forma de venganza. Ahora ella estaba por encima de él, y no quería recordar esa pasión que una vez había sentido. No quería recordar cómo era hacer el amor por las mañanas, ni las carreras de caballos, ni cómo él conseguía hacerla sonreír y reírse sólo con estar cerca de ella. No quería sentir ese tipo de felicidad chispeante nunca más, pues era demasiado doloroso cuando acababa.

Harta de revolcarse en su propia miseria, Tenten se levantó, se vistió y pensó en entretenerse para despejar de su mente cualquier cosa relacionada con Neji. Por desgracia, y contra todo pronóstico, ese domingo no tenía que acudir a ninguna reunión o asamblea; tampoco tenía trabajo de despacho atrasado o convención o acto social que preparar. Así que miró a su alrededor y vio sobre su escritorio montones de libros que pertenecían a la gran biblioteca de la villa, y vete a saber tú cuanto tiempo llevaba ya con ellos sin devolverlos. Así que decidió salir a restablecerlos a su lugar. Y antes de salir de su casa, mandó llamar a uno de sus dos guardias reales, a Ketaro, que era casi 20 centímetros más alto que su otro guardaespaldas. Ketaro le vendría de perlas para el trabajo de estanterías.

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Dentro de la gran biblioteca, se mezclaban en el ambiente el olor a papel y tinta, el olor del cuero como revestimiento de las tapas, la lavanda sobre las coloridas alfombras, y del barniz del suelo pulido. Apenas había gente y la temperatura ambiente era muy agradable.

Tenten se acercó hasta el mostrador y Ketaro la siguió cargado con los tomos más pesados. La anciana que estaba tras la mesa con los listados de libros, tomó nota de la fecha de devolución y dio acta de ello. Pero como Tenten aún tenía todo el día por delante y nada más que hacer, acordó con la ancianita colocar con la ayuda de Ketaro cada tomo en su lugar. La ancianita se lo agradeció efusivamente y continuó con su trabajo.

Ella y Ketaro subieron las escaleras hasta la segunda planta y comenzaron a buscar los huecos correspondientes. Ella colocando las obras en los estantes que le quedaban más a mano y Ketaro en los que ella no llegaba.

El trabajo de guardián le iba muy bien a Ketaro, lo cual era raro teniendo en cuenta que años atrás había sido uno de los mayores estafadores de la historia. Hasta que la conoció a ella, claro. Tenten era la única persona que conocía el secreto de Ketaro, y no porque él se lo hubiera contado, simplemente lo sabía porque lo había rescatado de esa vida de criminal. Estaba segura de que ninguna casa respetable contrataría a un estafador profesional retirado como a su guardián, probablemente porque desconfiarían continuamente de él. Pero Tenten no tenía intención de revelar el secreto del hombre a nadie. Tiempo atrás, ella le había dado a entender que conocía su pasado y desde entonces, él no había dejado de demostrar una y otra vez su lealtad, su buen hacer y su honradez.

Ketaro tenía el mismo sentido del humor que un enterrador, pero se había convertido en un gran amigo, en uno de los mejores. Tenten apenas tenía amistades, la mayor parte de las mujeres no se relacionaban con ella porque la consideraban culpable del fracaso de su matrimonio. Y a la otra gran mayoría no les interesaba ser su amiga porque estaban interesadas en Neji y tenerla a ella de por medio era un estorbo. Podría decirse que la única amiga femenina que tenía era su prima Lila y la hermana mayor de ésta, Tintin. Aunque a Tintin ya no la veía casi nunca y Lila tan sólo se quedaba un par de semanas en verano y Navidad, de hecho, tenerla en esta época del año rondando por la villa era una rareza. Pero una rareza agradecida.

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Neji cruzó el umbral de las puertas de la biblioteca pública y utilizando el Byakugan buscó a su mujer. Estaba sentada en el segundo piso señalando un punto del enorme mapa que había extendido sobre una mesa de roble, hablando animadamente con uno de su “apuestos” guardaespaldas. No conocía el nombre de ese tipo, pero como era muy alto, de ojos claros y cabello rubio, en su fuero interno lo llamaba “la Barbie” y al otro tipejo de la guardia real que estaba normalmente todo el día pegado a su mujer (aunque por lo visto esta vez no), uno moreno y de rasgos marcados, le puso el nombre de “Ken”. Así que, que mejor estampa….pues tenía que lidiar a diario con “Barbie, Ken y la Princesa”.

Pero dejándolos a ellos de lado, se concentró en Tenten, quien aún no lo había visto.

A plena luz del día, vestida con un kimono fino de color marfil con un estampado de ramas de diminutas hojas verdes, parecía una ninfa primaveral que hubiese venido a robar el corazón de los mortales. Su pelo, impecablemente cepillado, relucía como el Sol en un día de verano, un marco idóneo para la belleza inconfundible e inquietantemente angelical de su rostro. Pues era su rostro el que lo atraía, el que lo llamaba. El intenso caoba de sus ojos, lo encandilaba y lo incitaba a perderse en sus placenteras profundidades. Tenía la nariz recta, la frente ancha y el cutis perfecto. Sus labios, delicadamente curvados, de un rosa pálido, rotundos y sensuales, imploraban ser besados y estaban hechos para unirse a los de un hombre. A los suyos.

Parpadeó e inspiró hondo; lo necesitaba.

Cuando se acercó a Tenten pudo percibir el asombro reflejado en sus ojos, probablemente era el último sitio donde pensó que se lo encontraría, precisamente por eso mismo fue hasta allí. Reprimió una sonrisa.

Tenten lo vio dirigirse hacia ella atravesando la habitación sobre la silenciosa alfombra, llevando consigo esa aura de poder y oscuro magnetismo. Y a ella le molestó la sensación de hormigueo que le provocó la sonrisa que lentamente apareció en su rostro.

Él la estudió con actitud reflexiva y perspicaz, de pie, demasiado cerca, dominándola desde arriba de una forma muy masculina.

Y entonces Tenten supo, a través de su mirada, que su marido no estaba pensando en nada inocente. Eso la preocupaba. Sabía cómo manejar los flirteos ingeniosos y las insinuaciones frívolas. Ése era un juego con ciertas reglas. Pero aquel beso en el dormitorio de su supuesta futura casa había sido diferente, y mucho más peligroso. Porque momentáneamente la había desarmado. ¿Y cómo se conseguía ganar una guerra sin arsenal?

Antes de que se diese cuenta se puso en pie y alzó la barbilla, intentando con ese acto no sentirse tan vulnerable al lado de él. Lo consiguió. Pero de alguna manera que aún no lograba a atinar, Neji logró separarla completamente de Ketaro y de la gente que los rodeaba. Consiguió separarla completamente del grupo. No era capaz de decir si había sido ella la que se alejó o si los otros se retiraron, pero de repente se hallaban hablando a solas.

-Te he estado buscando

-¿Para qué?

-Quería devolverte el abanico que te dejaste en “nuestra” casa.

-No hacía falta; tengo muchos más.

-¿Y perder la oportunidad de que me volvieses a atizar con él? –Bromeó- ni loco.

Tenten miró por encima de su hombro y observó el reloj colgado en la pared, ya casi era hora de comer y aún le quedaba un largo camino hasta su casa. Miró al Hyuga reflexivamente y un momento después tiró de la manga de su jersey.

-Ven –lo guió hasta el lugar en el que estaba antes sentada- ya que estás aquí, haz algo útil y ayúdame.

La “princesa” comenzó a recoger los libros dispersos sobre la mesa y se los entregó en un montón.

-¿Qué quieres que haga con esto?

-Nada, sólo llévalos. –dicho esto bajó hasta la primera planta y él la siguió.

Apretando los labios, Neji le sostuvo los libros e intentó tranquilizarse a sí mismo diciéndose que no era probable que ninguno de sus conocidos, ni siquiera Shino o Lee, entrasen y lo encontrasen recorriendo los pasillos, a la entera disposición de aquel ángel, cargado con un mapa, libros de cocina y novelas románticas.

La ancianita de mostrador frunció los labios con gesto reprobatorio cuando él los depositó sobre su mesa. Tenten fingió no darse cuenta y empezó a charlar alegremente mientras la anciana anotaba la referencia de los libros en una tarjeta. Dando un paso atrás, Neji echó un último vistazo a su alrededor; no volvería a aquel lugar, si podía evitarlo.

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Cuando llegaron hasta el portal de la casa de su mujer, Neji le pasó el montón de libros a Ketaro, quien los seguía elegantemente unos metros por delante y se volvió hacia Tenten. La morena hizo una seña de asentimiento hacia su guardia para que pasase dentro y los dejase un momento a solas.

Apenas habían hablado en todo el camino pero su perseverancia en el asunto que tenían de por medio era palpable. Tenten también lo sabía. Sabía que él estaba tan empeñado en sus propósitos como ella en los suyos, y sabía que sólo tenía dos armas con las que luchar, su promesa y su orgullo.

Dos armas formidables, pero no iban a conseguir que ganara esa batalla. Él quería tener un hijo, y eso significaba volver a obtener a esa mujer apasionada que tuvo una vez. La pasión era algo que Tenten todavía poseía en abundancia. La voluntad era otra historia. Para ganar, tenía que mantener viva la chispa del deseo, que ahora sabía que todavía estaba prendida en su interior, mantenerla viva hasta que ardiera fuera de control.

No sería fácil. Su mujer era tan apasionada en su desprecio como en su deseo, tan tozuda en el odio como lo había sido en el amor. Seducirla exigiría todo el ingenio que pudiera poseer.

Tenía que conseguir que fuera divertido. Eso era lo que una vez habían tenido y habían perdido: la diversión. La risa y el deseo, el increíble placer de la compañía del otro. Tenía que encontrar la forma de que todo aquello regresara. Y un incentivo positivo podía ser la idea que le surgió esa mañana de camino a su casa. Entre el olor del pan y de hierba mojada.

-Tenten, te veré de nuevo el martes, vamos a salir.

-Salir, ¿a dónde? –preguntó entre intrigada y a la defensiva. Él sonrió

-Ya lo verás. Estate preparada a las dos en punto.

Tratándose de Tenten, no podía irse sin hacer algún tipo de objeción.

-¿Por qué siempre eliges tú a dónde vamos en estas salidas?

-Porque soy tu marido y juraste obedecerme. –bromeó. Pero ella no lo miró excesivamente impresionada, y él añadió- Porque tengo un plan en mente.

-Me temo lo peor.

-Vamos a ir de picnic.

-¿Un picnic? —Lo miró como si se hubiera vuelto loco.

-Siempre te gustaron los picnics. Solía ser una de tus actividades favoritas.

-¿Y yo no tengo nada que decir en todo esto?

-No, pero podrás elegir a dónde vamos la próxima vez. Sí, va a ver una próxima vez, y otra, y otra…

-¡Oh!, muy bien —dijo fríamente—, cuando se te mete algo en la cabeza, no se puede razonar contigo.

-Dijiste que ya no teníamos nada en común.

Ella dio media vuelta con un sonido de exasperación y comenzó a subir la elegante escalera de hierro forjado. Él contempló cómo se iba y, cuando vio que se tocaba con los dedos el cuello, quiso reír, exultante. Tenten todavía recordaba su beso en el cuello. Por Dios, ¿acaso no era un milagro?

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