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martes, 24 de enero de 2012

Fanfic NejiTen: Orilla de Lágrimas

Capítulo 11: Flirteando


El miércoles, Neji se arrepintió de haber permitido a Tenten elegir adónde irían esa vez. Gruñó: -¿No lo dirás en serio?

-Oh, sí –respondió ella sonriendo triunfal mientras subían la cuesta que los llevaría a su destino- Quiero pasar la tarde en el museo de Naruto. Le oí mencionar esta mañana que estaría allí todo el día –su sonrisa se hizo más amplia- él mismo puede enseñárnoslo, ¿no sería estupendo?

Iba a ser un infierno. Miró hacia atrás intentando encontrar una salida, pero los dos “perritos” de su mujer estaban a apenas tres metros de distancia. Mierda, no había escapatoria.

Era el perfecto día de invierno, toda la nieve de la tormenta de la noche anterior se había derretido. El aire olía húmedo y cálido, como si fuera fértil. Y tuvo la extraña sensación de que si esparciera semillas en el tejado de las casas, brotarían y crecerían. Nunca antes una tarde había olido tan dulce, ni siquiera el día que me mudé a mi propia casa. ¿No era irónico que fuera a pasarla en la guarida de mi archienemigo?

-Tenten, a ti la historia te aburre a morir.

-Solía aburrirme. Pero he ampliado mi espectro de intereses.

-¿Incluidas las antigüedades?

-Sí –replicó mirándolo fijamente, muy complacida consigo misma- puede que te sorprenda –ironizó- pero decidí tener una vida plena y satisfactoria sin ti, por lo que he desarrollado intereses por muchas cosas.

La verdad es que podía ser cierto, pero él no creyó ni por un segundo que ella hubiese elegido el museo Uzumaki porque hubiese desarrollado algún tipo de interés por las antiguallas. No, lo hacía porque su hermano iba a estar allí, observando todos sus movimientos como un halcón, implacable y hostil, haciéndole imposible cometer ninguna tontería con su mujer. Y ella también lo sabía.

Mientras subían la rampla de entrada al museo, estudió su perfil a la luz de la tarde. Ella acababa de frustrar su deseo, y eso le hizo prometerse a sí mismo que, antes de que se fueran de allí ese día, al menos iba a conseguir robarle un beso. Con Naruto pululando por allí, iba a costarle algo de ingenio tenerla a solas, pero solía ingeniárselas bien con este tipo de cosas durante su noviazgo, así que comenzó a planear.

El museo constaba de dos pisos, una planta inferior cuadrangular y una planta superior circular. También se podía subir a la azotea, pero era para uso exclusivo y restringido de los colaboradores de las galerías. Y teniendo en cuenta que la segunda planta estaba ideada para ser zona de descanso; Naruto tendría que estar en el piso inferior. Su mujer no querría subir con él a los niveles superiores, así que tendría que apañárselas con el primer piso…



Como estaba previsto, Naruto estaba en el museo ese día, pero estaba dirigiendo una visita a unos anticuarios cuando llegaron, y al menos no estaría disponible hasta dentro de dos horas, posiblemente más. Ahora le tocaba a él sonreír.

-Bien –murmuró mirando a su mujer mientras permanecían de pie en el enorme vestíbulo- Tu hermano no puede acompañarnos. ¡Qué pena!

Se percató de que ella no estaba tan contenta.

-Vendrá después.

-No, no –repuso, intentando no reírse- después de todo ya estamos aquí; además, has desarrollado tal interés por las antigüedades que deberías poder enseñarme el museo sola.

Ahora era él quien la estaba desafiando, y ella lo sabía. Tenten alzó un poco más la barbilla y dijo dignamente: -¿por dónde quieres que empecemos?

-No sé –cogió un plano del joven que estaba junto a él y lo desplegó. Una rápida ojeada le indicó todo lo que necesitaba saber sobre el diseño del lugar.

El ojiperla miró alrededor, al techo alto y las robustas paredes decoradas con frescos innovadores y creativos, miró las retorcidas columnas que separaban una galería de la siguiente, al suelo de ajedrezado blanco, negro o azul, a los corredores que se bifurcaban en todas las direcciones. Era un edificio magnífico, tenía que admitirlo. En especial la parte central que se observaba nada más entrar. Las tres alas, la este, la oeste y la central poseían su propio estilo, se definían por sí mismas. Pero la parte central…era fabulosa. Las paredes así como las vitrinas y todo mueble que allí había eran de cristal, podías ver perfectamente no sólo los objetos de un lado de la galería sino también la parte inversa. Se jugaba mucho con los efectos ópticos, sobre todo con las luces que venían del exterior, que parecían dejar una estela diamantina a su paso, recreando el arco iris en cada placa que mirases.

Al igual que los fuegos artificiales, esto era similarmente hipnótico y espléndido de ver. Probablemente era así porque se correspondía a la parte visual del museo, el lugar donde se encontraban colocados restos de armaduras de antiguos samuráis, los sarcófagos de aquellos que fueron más importantes o estantes y estantes de todo tipo de armas, recorrido tras el cual podías apreciar su evolución.

El ala este se correspondía con la especialización de Naruto, allí se encontraban los mandatos, leyes y decretos reales desde el inicio de la villa hasta la actualidad, por ello; apostaría a que ahora mismo estaría pululando por allí con aquellos coleccionistas. Así que solo quedaba el ala oeste….que era precisamente un pasaje reformado.

-Tienen un ala nueva, veo.-apostilló él.

-Sí –contestó mientras se aflojaba el lazo de la capa y la echaba hacia atrás sobre sus hombros- todavía no hay demasiadas cosas, tan solo unos cuantos libros y pinturas en miniatura. Creo que para rellenar han puesto parte de las antigüedades de la galería central allí. Sólo he estado una vez en esa parte del edificio.

-Excelente lugar para empezar, entonces –sacudió el plano y dijo- sigamos el camino.

El museo estaba lleno de gente, sobretodo en la nueva ala, y pasaron la siguiente hora deambulando entre el gentío que se aglomeraba en torno a los escudos de bronce y las espadas de hierro. A él le sorprendió notar que Tenten parecía más interesada en todo aquello de lo que había pensado.

-¿Cuándo te empezó a gustar la historia? –preguntó mientras se acercaban a una vitrina que mostraba unas dagas con incrustaciones de joyas.

-Supongo que se me ha contagiado el entusiasmo de Naruto y Lila. Ambos hablan mucho del tema, y eso ayuda a que uno se entusiasme. Aunque debo confesar que de niña no habría abierto un libro sobre historia ni borracha, acababa más que harta después de dos horas de clase con mis tutores. (Si con estudiar la historia de todos los clanes existentes no fuese suficiente, tuvo también que aprender los que ya estaban extintos, aún se preguntaba para qué). Pero siempre me han gustado las armas, estas de aquí son muy poco comunes, por cierto.

-Eso si lo recuerdo. –decidió que ya era hora de dar el primer paso y miró hacia la salida, al otro lado de la sala. Recordando el plano, sabía que ése era el camino que debían seguir, y se dispuso a llevar a su esposa en esa dirección.

Cuando se detuvieron a observar un escudo de madera y barro de intrincado dibujo, se acercó más a ella.

-Voy a ver que hay ahí abajo –dijo señalando una puerta que daba a un largo corredor- vuelvo ahora mismo.

-Pero si no hay nada allí, esa parte del museo ni siquiera está abierta todavía.

-Eso no significa que no haya nada que ver, ¿no?

Con un guiño, entró en el pasadizo y recorrió su considerable longitud hasta el otro extremo, pasando varias salas llenas de cerámica rotas y mosaicos a medio componer. Claramente, eran salas de trabajo para el personal del museo. Fue hasta el final del corredor y miró a derecha e izquierda. Tomó la segunda dirección, pasando por el lado de cajas llenas de trastos y sarcófagos apoyados en la pared. No había nadie.

Los pasos de Tenten resonaron en el suelo ajedrezado, lo que lo informó de que ella lo seguía, tal y como esperaba.

-Neji –lo llamó.

-Estoy aquí –contestó, y oyó cómo se acercaban sus pasos. Contempló como ella entraba en la galería y se detenía, mirando a su derecha- Tenten –dijo suavemente, y vio como ella giraba en su dirección.- ven a ver esto.

-¿A ver qué? Ahí no hay nada.

- ¿Cómo lo sabes? Tú misma dijiste que sólo habías estado en la nueva ala una vez. ¿Habías venido antes por aquí?

-No, pero ya te dije que esta parte del museo todavía no está abierta, así lo dice el plano.

-Olvídate del plano- dio un par de pasos hacia atrás e hizo una floritura con los brazos mirando a ambos lados de la otra galería vacía- me parece que hay mucho que ver allí –dijo, volviendo la mirada hacia ella, tratando de parecer lo más inocente posible.

Ella le dirigió una mirada adorable de perplejidad. Miró el plano y después otra vez a él.

-¿Qué puede haber allí?, más pergaminos, supongo.

-Cientos de rollos y algunas otras cosas también –dio un paso más- ¿es que quieres una lista? Ven y compruébalo tu misma.

Dobló la esquina y se apoyó en un sepulcro que estaba pensado para albergar una estatua, aunque estaba vacío en ese momento. Se repantigó contra la fría piedra, esperando, escuchando sus pasos. Ella estaba llegando, como siempre, bendita su alma inocente, pensó sonriendo.

Cuando rodeó la esquina y lo vio de pie, contra el sepulcro, sonriéndole, su perplejidad se convirtió en sorpresa.

-Me has engañado.

-Por supuesto –se enderezó riéndose, mientras la rodeaba con sus brazos por la cintura y la atraía hacia sí- Solía hacerlo, siempre encontraba la manera de estar a solas. ¿No te acuerdas?

-Si que me acuerdo, aléjate de mí y deja de hacer el tonto.

Ella comenzó a apartarlo, pero él no la dejó, en cambio, la llevó hacia el sepulcro, encaramándola en el hueco interior del armatoste.

-Neji, ¿qué estás haciendo?

-Ahora estás atrapada, para salir tienes que pagar la prenda ¿recuerdas cuando jugábamos, no?

Se acordaba. Lo miró desde la esquina sombría en que la había atrapado, se humedeció el labio como si repentinamente se le hubiera secado.

-No voy a besarte.

Él sonrió mientras extendía la palma de la mano sobre el muro y se acercaba más a ella. Con la mano libre jugó con las cintas de la capa. Deshizo un par de lazos y la prenda cayó al suelo.

-Siempre caías en la trampa –dijo señalando las tiras de su vestido lavanda- creo que era porque en realidad, querías besarme, pero no eras lo suficientemente honesta como para admitirlo.

-Si caigo en todas tus trampas es porque eres un maestro del engaño.

Se movió como si fuera a salir del sepulcro, como si esperara que él fuera a dejarla pasar, pero no lo hizo. Al contrario, deslizó una de las tiras de su vestido, tocando su clavícula y acariciando el otro lado de su cuello con la mano libre.

-Las reglas son las reglas –sonrió ampliamente mientras tocaba la barbilla de su mujer con el pulgar- primero tienes que besarme.

-Solíamos hacer este tipo de tonterías cuando éramos novios, pero ya no lo somos.

-¿Ah, no? –contestó con cierto sarcasmo divertido, dándose cuenta de la excitación que sentía en ese momento- esto es muy parecido al noviazgo. Debo derrochar una gran cantidad de deliciosa anticipación, trabajo e ingenio por mi parte. Pensé que después de casados ya no tendría que seducirte nunca más, pero me obligas a tomar medidas desesperadas.

-¿Obligarte, yo? ¡Serás….!- exclamó mordiéndose el labio para contener todo tipo de adjetivos no calificativos no aptos para oídos sensibles y tratando de pasar por encima de él. Pero no iba a dejarla, así que exhaló un suspiro- déjame ir, Hyuga.

-Te dejaré, te lo prometo –apartó el brazo de la pared y curvó la mano alrededor de su cintura– pero primero quiero un beso.

Una voz masculina conocida se oyó en el otro extremo de la galería, interrumpiendo cualquier respuesta que ella pudiera haberle dado.

-Señores, la nueva correspondencia recolectada de los soldados en plena guerra ninja no está aquí, síganme.

-Es Naruto –susurró, dejando caer el mapa y empujando al ojiperla frenéticamente con ambas manos- nos encontrará. –pero él no se movió

-Ahora estamos casados, ¿recuerdas?

-Déjame salir de aquí –pero al ver que él no se movía, la desesperación afloró en su voz- viene hacia aquí con los coleccionistas.

Con ambas manos en su cintura para detenerla, Neji se inclinó para mirar fuera del sepulcro hacia el largo corredor, donde el Uzumaki se detuvo para girar a su derecha. Una fila de ancianos entendidos lo seguía, yendo hacia otra parte del ala nueva.

-No, no vienen hacia aquí –contestó en un susurró- van hacia el otro lado.

Una vez desaparecidos de su vista y sin que se oyeran sus pasos, volvió su atención a la importante tarea que tenía entre manos (y nunca mejor dicho).

-Se han ido- dijo acercándose más a su mujer otra vez- ¿por dónde íbamos?

Ella miró a su alrededor tratando de encontrar una forma de escapar, pero no había ninguna. Estaba atrapada por los muros de piedra.

-Estoy arrinconada- dijo alzando la barbilla- quiero irme.

Neji negó con la cabeza: quiero mi beso.

Ella profirió un sonido de impaciencia, luego dijo: los hombres sois como niños.

Apartó la mano de su cintura para acariciar su mejilla, y la sensación de su piel suave contra la palma de la mano hizo que su deseo aumentara aún más. Con el dedo pulgar acarició la comisura de su boca, y respiró profundamente su aroma a jazmín. El lento dolor de su deseo interior comenzó a arder con más fuerza.

-En estos momentos, mis pensamientos no son para nada infantiles, créeme.

Un atisbo de pánico se reflejó en el rostro de ella.

-¡No voy a besarte!

El ojiperla, acariciando todavía su mejilla, deslizó el otro brazo por su cintura.

-Bien, no me importa que nos quedemos aquí.

-¿Es que vamos a estar aquí todo el día?

-Eso depende de ti. Vamos, no te enfades.

Inclinó la cabeza, moviendo la mano, hasta que sus dedos se enredaron en su cabello, deshaciendo el complejo recogido de su peinado. Cayó un pasador, que sonó a sus pies tras golpear contra el suelo, con un delicado tintineo.

Acercó aún más su boca a la de ella, observando sus labios. Sus espesas pestañas bajaron una fracción de segundo. ¡Oh, sí!, claro que recordaba ese juego suyo, tan bien como él. Era igual que hacía mucho tiempo, cuando él la seducía y retrocedía controlando el deseo, esperando que el de ella estallara. Rozó con los labios levemente su mejilla, justo en la comisura de su boca.

-Un beso –imploró- sólo uno y te dejaré ir.

-No, no lo harás -cerró los ojos- te conozco demasiado bien para saberlo, tan sólo te tomarás más libertades.

-Sólo si no dices que no. -jugueteó con la otra tira de su vestido, deslizándolo, dejando expuesta otra pequeña porción de la piel de su garganta y los hombros sobre el escote redondeado de su vestido.

-¿Qué haces? -dijo intentando apartarle las manos, pero en el forcejeo otro de sus pasadores cayó al suelo, tras ella.

-Tomándome esas libertades que dices; estás dudando demasiado.

Se inclinó para besar la piel desnuda de su sien, inhalando ese perfume suave y familiar. Ella dejó escapar el aliento en un suspiro breve y sonoro. Su cuello, su parte débil, su oportunidad. Él exhaló una risa cálida contra su garganta; le encantaba.

Unos pasos retumbaron sobre las baldosas ajedrezadas y las voces de un hombre y una mujer se oyeron a lo lejos. Obviamente, había otro hombre al que se le había ocurrido que el museo ofrecía muchas oportunidades para estar a solas con su mujer.

-Debes dejar que me marche –susurró- alguien podría vernos.

Pero sin desanimarse por algo tan trivial como unas voces lejanas, él plantó unos besos en la curva de su cuello y de sus hombros mientras deslizaba su mano.

-Todavía tienen que recorrer toda la galería, así que los oiremos con tiempo suficiente. Además… —Se detuvo olvidando lo que iba a decir, mientras la palma de su mano se curvaba sobre la forma plena y redondeada de su pecho y ella daba un pequeño respingo. Las capas de tela le impedían el contacto directo, pero el recuerdo de la deliciosa forma de su mujer estaba perfectamente claro en su cabeza. La excitación creció en su interior como una marea.

Ella deslizó la mano entre ambos, agarrándolo por la muñeca, intentando que le quitara las manos de encima. Él se detuvo, tenso, esperando con agonía mientras la mano de ella le oprimía el pecho. Recordaba las reglas que habían establecido tiempo atrás. Tanto si obtenía su beso como si no, en el momento en que ella le parara los pies, tenía que detenerse, aunque nunca antes.

Ella movió su mano y la palma flotó sobre la que él tenía en su pecho; no la rozó, pero casi. Acuerdo tácito, podía continuar.

Neji sintió la forma del pecho a través de la tela, sus dedos acariciaban la piel desnuda justo arriba, en el escote. Besó su cuello hasta llegar a la mejilla.

Su respiración cada vez iba más deprisa, pero ella cruzó los brazos.

-Alguien puede vernos -dijo suavemente, y parecía excitada, pero desprotegida y enfadada al mismo tiempo-. ¡Neji, alguien puede vernos!

-Entonces, bésame rápidamente.

Ella profirió un sonido sordo y se acercó a él, dándole lo que quería. Su boca rozó la de él y se abrió, enviando señales de placer a todo su cuerpo. Su mano se apartó para acariciar la mejilla y ella notó el tacto suave y frío sobre la piel, frente a la boca caliente y dulce. Él cerró los ojos, saboreando el placer tanto tiempo olvidado y, sin embargo, tan familiar. Ésa sí que era Tenten, recordaba su sabor al besarla, recordaba la plenitud de su labio inferior mientras lo succionaba, recordaba la línea perfecta de sus dientes mientras los exploraba con la lengua.

Ella dejó de besarlo repentinamente, apartando el rostro; estaba agitada y profirió un quejido, posiblemente de protesta.

Él se recompuso, y tras su leve objeción, oyó algo más, el sonido de unas pisadas que, desde la galería, se encaminaban hacia ellos. Neji supo que ya no le quedaba tiempo, al menos ese día.

Se apartó, le dio un breve beso en el cuello y la dejó libre. Se inclinó para recoger su capa y los pasadores del suelo y se los tendió mientras las pisadas se acercaban aún más. Se enderezó la camisa y salió del sepulcro para echar una ojeada, tratando de aplacar sus nervios y recobrar la serenidad. Un anciano, vestido de negro y con gafas se acercaba a él. Tras de sí, Neji pudo oír el crujido de la tela del traje de Tenten mientras se enderezaba como podía las ropas.

-¡Al fin! -exclamó saliendo de la esquina- Nos hemos perdido sin remedio tratando de encontrar la salida; por fin alguien que nos ayude.

El anciano se detuvo y entornó los ojos contemplando la longitud de la galería, luego preguntó: ¿Hay alguien con usted?

-Mi esposa y yo estábamos buscando la nueva colección de armas, pero parece que nos hemos perdido.

-Debo decirle que sí, están en un corredor totalmente opuesto.

Neji hizo un gesto de absoluta perplejidad, luego indagó: ¿Ah, si? -se volvió hacia Tenten- Perdóname, cariño, creo que he conseguido que nos extraviemos -dijo, dando una zancada no demasiado respetuosa.

-¿No cogieron un plano al llegar?- preguntó.

-¿Un plano? - se tocó la frente con los dedos, como si intentara recordarlo- No, creo que no.

-Soy Zan Yutsuki, director asistente de Antigüedades -le tendió la mano- Los acompañaré a usted y a su esposa hacia las salas de armas.

-Gracias, es muy amable -miró hacia la esquina tendiéndole la mano a Tenten, y añadió en un susurro- El lazo de la capa.

Ella se lo ató, mirándolo como si todo hubiera sido culpa suya. Alzó la barbilla con altivez, como hija del señor feudal que era, se alisó varios mechones del cabello que le caían sobre el rostro, tomó la mano de él y salió a la galería.

-¡Pero buen Dios! –exclamó Zan reverenciándose- ¡si es nuestra princesa!

-Buenos días, señor Yutsuki.

Trataba de parecer digna, Neji lo sabía, pero sus mejillas todavía estaban arreboladas, su voz denotaba la falta de aliento, y había cierto desaliño en su indumentaria, que él miró con cierto grado de satisfacción.

-¿Perdida de nuevo, princesa?

Ella compuso esa falsa sonrisa femenina que sólo convence a los hombres ya mayores, o a los jovencitos estúpidos.

-Es la nueva ala, me confunde.

-Siempre le aconsejo que coja un plano cuando viene de visita al museo –dijo, devolviéndole una sonrisa indulgente. Se ajustó las gafas sobre la nariz- Veo que hoy la acompaña su marido.

El ojiperla asintió: Hyuga Neji -dijo presentándose cuando observó que Tenten no lo hacía.

-Un placer, vengan por aquí a ver las armas.

Siguieron al anciano unos cuantos pasos por detrás mientras salían de la galería.

-Por poco… -murmuró en el oído de ella, riéndose suavemente, divertido ante la experiencia, sobre todo por la pasión gratificante que había despertado en su mujer, lo que había sido el objetivo de la tarde- No me había divertido tanto en años.

Ella se quejó.

-No esperes volver a hacerlo -respondió también en un susurro- Al menos conmigo, pues no tengo intención de dejarme engañar de nuevo.

-¿No? -preguntó él mirándola fijamente- Qué pena, no voy a poder resistir el desafío.

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