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martes, 24 de enero de 2012

Fanfic SasuSaku: Equilibrio Ciego

Cap.3: Arrojo


El tiempo pasa más rápido de lo que me gustaría, y aún así, ¿por qué me torturo por ello? Si es algo que no tiene solución, ¿por qué me irrita y enfurece?

El paso de las estaciones se escurre como arena entre mis dedos, no es algo que pueda controlar, pero aún así, intento aferrarme a ella. Tengo tanto que decir, tantas emociones por liberar…pero no consigo expresar ni lo uno ni lo otro. Ya ni siquiera conmigo mismo.




¿Cuántos años han pasado desde la última vez que me miré al espejo y no aparté la cara? ¿Cuántos desde la última vez que compuse una expresión sin estar fríamente ensayada? ¿Cuántos?



Y, lo mire por donde lo mire, todo son agravios. El mismo tiempo lo es. Todo se marchita, al igual que yo. Y lo más curioso es, que nadie a mí alrededor parece darse cuenta.



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Esta noche he vuelto a soñar con Sakura, cómo no. Pero esta vez las visiones son mucho más vívidas; con cada día que pasa las imágenes se tornan más y más tórridas, más sugerentes, más dolorosas. Nadie debería experimentar tamaña tortura. Nadie.



Ya soy esclavo de estas sensaciones…estoy temblando. Esta noche ya me es imposible pegar ojo.

Bajé de la cama, me embutí en unos pantalones de franela plateados que cuando me acuerdo empleo de pijama (tampoco es cuestión de andar desnudo de aquí para allá) y me dirigí hacia el salón; quizás la televisión consiguiese lograr lo que mi cuerpo se negaba a hacer: dormir, relajarse y descansar.



Nada más poner la mano en el pomo de la puerta, me di cuenta al sentir el frío tacto del suelo bajo mis pies, de que estaba descalzo; crucé la habitación y saqué un par de zapatillas de felpa del armario, la cuestión era no solo no helarme los pies, sino también hacer el mínimo ruido posible. Dudaba sinceramente de que mis padres hubiesen regresado a casa, probablemente aún estuviesen trabajando en la oficina, pero por si acaso….no era tiempo de despertarlos tampoco. Ni a ellos ni a Sakura.



Mientras atravesaba el ancho pasillo en dirección al salón me di cuenta de que había multitud de cuadros nuevos colgados de las paredes, ¿cuánto tiempo llevarían allí, y por qué era la primera vez que los veía? Por el amor de Dios, se suponía que aquella también era mi casa, pero no pasaba un solo día en el que no descubriese algo nuevo. ¿Tan despistado me había vuelto?



Me acerqué al cuadro más próximo que era además el que tenía el interruptor de las luces al lado. Lo presioné y di un paso hacia atrás, sorprendido ante la viveza de colores. Los trazos del pincel eran gruesos y extraños, como si quien lo hubiese coloreado, durante el proceso, hubiese estado enfadado, frustrado y/o irritado. Era una muy extraña combinación que hubiese hecho que la obra fuese un completo desastre, sin embargo el resultado final era casi hipnótico, absorbente. La imagen que devolvía el lienzo era a su manera elegante, instintiva y fugaz. No calificaría este trabajo como el hecho por un genio, ni mucho menos, pero sí que se reflejaba un cierto talento del artista, sus ganas y el esfuerzo.



En el cuadro aparecía retratada una pareja; la mujer inclinada sobre el hombre cubriéndole el cuello de besos (como evidenciaban los chupetones, que resaltaban como fresas en la nata) mientras sus manos trazaban los suaves contornos de su torso desnudo.



Me deslicé hacia el siguiente cuadro, en éste la situación era a la inversa. Las manos del hombre se deslizaban por debajo de los pliegues del vestido de ella, reteniéndola con suavidad, recorriendo con sus labios la piel nacarada de sus hombros.



El último lienzo era el más asombroso de los tres, pues no sólo era el doble de alto por ancho que los anteriores sino que la técnica era mucho más compleja. La escena retratada volvía a tomar como protagonistas a la misma pareja. Ambos estaban tumbados en la cama de costado, mirándose a los ojos. Ella trazaba caricias en su firme abdomen con una mano, y con la otra, describía círculos sobre las caderas de su amante. Él, a su vez, retiraba la sábana que los cubría.

Nunca había sido testigo de tanto erotismo junto, tanta provocación resaltada, y quisiese o no, mi mente me condujo a ese mismo lugar ocupando el mismo sitio del protagonista. Reviviendo las escenas una y otra vez con Sakura como amante.



Genial; ya ni siquiera la televisión podría lograr que echase una cabezada. La noche no estaba mejorando en lo absoluto, justamente ahora estaba incluso más despierto que antes (en todos los sentidos). Y…¡joder!...debía de estar más ido de lo que creía si la maniquí de la esquina (que empleaban como paragüero y cuelgaropa) empezaba a resultarme atractiva.



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Sakura había dormido como un bebé. El fuerte viento de la noche anterior era como una canción de cuna para sus oídos. Reconfortante, con un toque rústico de añoranza. Hacía semanas, meses incluso, que no dormía tan bien; normalmente siempre me despierto en una mala postura hacia la madrugada, haciéndoseme difícil el volver a dormirme, y sin embargo, ¿no era un milagro?



Salté de la cama y me vestí con las prendas de ropa que siempre preparo el día anterior, sujetas a una percha que cuelga del armario. Al ser viernes, tan sólo tendría clase por la mañana, y además era el único día de la semana en el que puedo llevar “prendas de libre elección”, lejos del ya muy visto uniforme negro y morado que establecía el reglamento.



Realmente nunca me importó ir igual al resto del alumnado, pero cuando te tiras así más de cinco años…empiezas a concebir la idea del cambio con otros ojos.



Me miré al espejo ataviada ya con unos legins grises y una camiseta negra tamaño XL, hasta casi las rodillas y con cuello de cisne. El único toque de color lo ponían las zapatillas deportivas blancas y unos imperdibles de colores que formaban soles en el velcro de mis mayas. Pero aún faltaba algo…suspirando, salí al corredor y me colé en el dormitorio de mi hermano.



Dirigiéndome hacia su tocador, plagado de CDs de música, apuntes desparramados y paquetes de chicle, abrí el segundo de los cajones, destinado al “santo grial”, a los complementos más “in” que te pudieras encontrar circulando por el mercado.



Me probé una gorra blanca con forma de “boina a la francesa”, si le colocaba alguno de mis imperdibles lograría que se me sujetase al moño, cavilé.



Haría cosa de 3 o 4 años, Sasuke también se colaba en mi cuarto para coger prestado algún que otro complemento, sobre todo cinturones o gafas de sol. Pero de un tiempo para aquí su conducta conmigo ha cambiado mucho. Me rehúye, apenas me habla o se preocupa por lo que me pase, a veces me pregunto…sino será que haya descubierto mi secreto, … sino será que me odie por algo que ya no está en mis manos.



¿Qué haces cuando intentas acercarte a alguien que se aleja cada vez más y más de ti?¿Qué puedo hacer para que Él vuelva a ser el de antes? No tengo la fórmula, y estoy dudando de que alguna vez pueda obtenerla. Por lo visto, nada de lo que hiciese era suficiente.



Siempre había creído que el que una relación cambie no significa que finalice, pero ahora ya no estoy tan segura.



Siempre se me ha dado bien iniciar una conversación, hacer que la gente se relajase a mí alrededor, que bajasen la guardia. Pero con Sasuke era otro cantar. A menudo parecía tan tenso…y estaba siempre tan serio que daba miedo el acercársele; y eso que es mi hermano…



Puedo contar con los dedos de una mano el número de chicos con los que he salido, y en ningún caso eran de lejos tan intimidantes como lo es Sasuke.



Ni siquiera Gaara, un amor de verano, quien parecía decir con la mirada “como te acerques, te mato” tiene ese aura de ser inalcanzable. O Sai, que con una sonrisa podía lograr poner a alguien en su sitio, sin necesidad de una mala contestación. Ambos eran capaces de irradiar ese tipo de mensajes telequinéticos.


Todo el mundo tiene su don, pero al parecer el mío no sirve para nada.


Un sonido brusco me hizo virarme. ¡Hay Dios! ¿Por qué tenía que pasarme a mí? Sasuke nunca estaba en casa, pero para una vez en semanas que entro a su cuarto, él tenía que estar presente; ¿sería gafe? Pero más importante aún, ¿debería irme pitando sin más o quedarme a darle algún tipo de explicación por mi intromisión?


Supuse que de haber sido la situación a la inversa hubiese preferido la explicación; así que me quedé plantada en el lugar, tan quieta como una estatua.

Supliendo el temor a una represalia, me aventuré a mirarle a los ojos.


El pelinegro estaba tumbado en su cama, con la sábana en parte en el suelo, en parte cubriendo “su moral”. Pestañeaba aún somnoliento y se pasaba una mano por la cara, como para espabilarse. Su cabello estaba tieso, en punta al puro estilo “Son Goku”, lástima no tener una cámara fotográfica a mano. Ese momento debería pasar a la posteridad.

Reprimiendo una sonrisa, y consciente de que mi hermano tiene un muy mal despertar, no me acerqué con sigilo, no quería ocultarme para que supiese que era yo y así no se asustase. Aunque no lograba imaginar a un Sasuke asustado, probablemente si se viese en peligro, aplastaría personalmente a sus demonios; de ahí que fuese más prudente aún el avanzar haciéndome notar, no me convenía que pensase que soy un ladrón o algo peor.

Me arrodillé junto al colchón justo a tiempo para escucharle emitir un leve jadeo, tan suave y breve que por un momento temí imaginarlo. Apoyaba su cabeza contra el cabecero de la cama, y la luz de la mañana reflectada en el espejo del armario, devolvía esos mismos destellos enfocándolos en un punto: su pecho candente.

¿Candente? ¿De donde me venía esa idea? No es que no supiera que mi hermano es un guaperas, pero…¡Santo cielo, eso era lo que creía que era!


Tan expuesto como estaba, me era imposible no fijarme en su cuerpo, y tras una mirada más a fondo, efectivamente, CANDENTE es el único adjetivo que le haría justicia.

Sasuke era uno de los pocos chicos que conocía que se preocupasen por su aspecto. Nunca lo verías con las puntas abiertas o un corte de pelo desfasado. Se afeita diariamente y usa una loción de colonia que causaba estragos entre una legión entera de admiradoras. Se perfilaba las cejas, se hidrata la piel y nunca jamás lo verías con un grano o una espinilla. Sasuke nunca.


Se podía decir que era el hombre perfecto si no tuviese un carácter tan agriado.

Mientras esperaba a que acabase de despertarse, y a la espera de reconocimiento, me tomé la libertad de reseguir su perfil.

Poseía unos hombros anchos, fuertes, del tipo que podían cogerte en volandas y transportarte donde quisieses. Sus brazos eran proporcionados, no demasiado musculosos, pero desde luego nada enclenques; y su torso era duro, compacto, de pectorales y abdominales suavemente definidos. Dos rosados pezones asomaban indiscretos, como uvas maduras; y casi sentí la tentación de acariciarlos para comprobar si eran al roce tan sensibles como los míos. Casi.



Una de las piernas de Sasuke estaba colgando fuera del colchón, mientras la otra estaba doblada hacia arriba, con el pie anclado en la cama. La sábana se había resbalado un poco más debajo de las caderas, y efectivamente, se intuía lo que era una de las mayores erecciones que había visto en vivo.



Sabía que era común entre los hombres las erecciones matutinas, pero nunca había vislumbrado a mi hermano en tales “formas”. No me sentía incómoda, la sábana lo tenía todo bien cubierto, tan solo se mostraba la insinuación de su gran…miembro; pero quizás él, si se daba cuenta, no solo de que estaba allí mismo sino de que lo había pillado in fraganti, sí se sentiría incómodo. Así que para evitarle la faena, agarré las mantas a pie de cama y lo cubrí hasta la cintura con ellas.



Disimular siempre ha sido mi fuerte; llevo toda mi vida fingiendo ser lo que no soy cuando por dentro estoy totalmente vacía, y si nadie se ha dado cuenta hasta ahora, es que soy mejor actriz de lo que creía. Me pregunto…¿hasta cuándo podré aguantar? Porque ¡Dios!, ser la reina del disimulo es tan agotador…me cansa tanto que hay instantes, solo momentos, en los que quiero acabar con todo, empezando por mí misma. Fundamentalmente después de…pero no, no quiero volver a recorrer esa senda. Solo necesito salir adelante y si yo no puedo, tal vez requiera que alguien me haga volver a la superficie, que alguien tire de mí,…y esa única persona es Sasuke.

Necesito su arrojo, su fuerza, porque la mía me rehúye, y si no puedo hacer que las cosas sean como antaño, entonces es que no hay cura para mí. Lástima.



Sasuke bostezó, pestañeó un par de veces y a continuación alzó una mano hacia mi rostro. Murmuró algo ininteligible y acarició con el índice la senda de mi mejilla. Era un gesto tan raro en él que casi me echo a llorar. No recuerdo la última vez que me abrazó, me dio un beso en la frente tras darme las buenas noches o me tendió una mano, no obstante, esta leve intención de afecto me conmovió. Pero no se lo haría notar, quería que estuviese conmigo porque quería volver a ser mi amigo, no por lástima o pena. Esas son emociones que no soporto. Pero como la reina del disimulo que soy, no me costará fingir una sonrisa, sobre todo teniendo como estimulante las pintas de mi hermano.

-Hola bello durmiente –Le dije. Subí un poco más su manta y le aparté un par de mechones errantes de la frente.

-Hola belleza andante –Su voz sonaba más grave y ronca tras el sueño. Y con ese piropo si que me entraban ganas de reír, esta vez de forma natural, nada actuado.

-¿Desde cuándo tienes tan buen despertar?

Él frunció el ceño mientras se sentaba en la cama. Al menos no parecía enfadado por pillarla en sus dominios, ni la había echado de allí. Todavía.

-¿Qué hora es? –Preguntó, buscando con la mirada el despertador.

-Hora de levantarse. Hace unos minutos hice café, creo…sí, seguirá caliente si quieres servirte un poco. Acabé con todas las magdalenas, pero aún quedan galletas y bollos de leche.

-Ah, vale –se enrolló la sábana a las caderas y se deslizó camino al guardarropa.

-¿Vendrás para cenar? –me aventuré a decir, antes incluso de darme tiempo siquiera a pensarlo. Odiaba cenar sola, probablemente por eso es que pasaba tanto tiempo en la casa de los demás. Pero desde que mi relación con Naruto terminó hace siete meses, estaba más sola que la una; y no estaría nada mal que alguien me hiciese la cena, para variar.


Él se detuvo en seco y me observó por encima del hombro.


-¿Si? –tanteó, no muy seguro de su respuesta.

-¡Genial! ¡Pues pásate después por el 24 horas, hoy cocinas tú.


Él sonrió, como si mi respuesta la hubiese visto venir. Después fijó la vista al frente y rebuscó en el armario; sacando una y después otra prenda, para a continuación dejarlas caer sobre la cama.


-¿Sakura?

-¿Si?


-No es que me moleste pero…¿se puede saber que haces en mi habitación?

-¡Ah, sí! bueno…verás…um…lo de siempre.


Él me miró socarrón.


-Robarte…quiero decir, tomar prestados algunos complementos.

-¿La próxima vez podrías al menos llamar a la puerta antes de entrar?


-Claro, por supuesto.

Ya se había puesto una camisa azul y el chaleco añil cuando se dispuso a preguntarme, aún con la sábana rodeando sus caderas:


-¿Me dejas acabar de vestirme o te quedas a mirar?

Parpadeé y atiné a decir: -Te veré por la noche, pues.


Al salir del cuarto cerré la puerta tras de mí con la vibración de un portazo. Y no alcancé a dar siquiera dos pasos antes de ruborizarme. ¿Ruborizarme? Imposible, sería por efecto del calor de la calefacción. Sí, seguramente.


Continuará…………..



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